Dos de sus habitantes cuentan la historia de la emblemática estructura
Mucho se habla en la otrora ciudad del clima ideal acerca de la importancia de las casas que tienen años en el Casco Central, pero poco se dice de las edificaciones de la zona que datan desde los tiempos de Pérez Jiménez, aproximadamente.
Tal es el caso del edificio Guaicaipuro, de 16 apartamentos repartidos en seis niveles, ubicado entre la calle Ribas y la avenida La Hoyada, en Los Teques. Muchas personas aseguran que fue el primer edificio residencial construido en ese perímetro, en el año 1956, por lo que tiene 68 años.
Residentes de este icónico inmueble relataron a Avance parte de sus memorias y añoranzas, en las que dejaron ver a su vez la importancia de tener sentido de pertenencia con el lugar donde nos desenvolvemos.
Al llegar al lugar, llamó la atención el antiquísimo pero muy funcional ascensor que moviliza a través de los distintos pisos a los residentes, tipo cabina en el que se ven las paredes mientras subes o bajas; así como también lo bien conservada que se encuentra la estructura en general. Al subir a la azotea, se puede apreciar una vista amplísima y majestuosa de toda la ciudad.
“En el primer piso apartamento 01, vivió hasta hace muy poco que falleció, un italiano de nombre Antonio Lucci, era de los primeros habitantes de este edificio muy bien construido por españoles e italianos que llegaron a la capital mirandina, huyendo de las secuelas de la Segunda Guerra Mundial. Cada uno de los apartamentos mide 3.05 metros de altura, lo mismo que un aro de baloncesto”, dijo Carlos Rojas, quien reside en el lugar desde hace 54 años.
Como dato curioso salta a la vista que de todas las edificaciones que desaparecieron cuando comenzaron a levantarse las obras del metro, solo el Guaicaipuro sobrevivió a las pruebas de pilotaje.
Recordó que cuando él llegó a vivir allí, tenía solo cinco años de edad y que junto a sus hermanos vio como se levantaron los edificios de residencias El Savil, la Torre Chocolate y el centro comercial La Hoyada; rememorando al mismo tiempo la extinta cancha del Rosario, en la que practicaban deportes los muchachos del edificio.
“Muchos cambios han existido en el entorno, tuvimos estacionamiento en hilera a las puertas del edificio y después se convirtió en una redomita, luego estuvo la plaza del educador y ahora tenemos la espada bicentenaria”, manifestó.
Memorias de una dama
Flor Monasterios, de 81 años de edad, manifestó al equipo de Avance sentirse orgullosa de haber criado a sus hijos en el emblemático edificio, que para muchos tequeños representa una joya histórica de la ciudad.
“Yo nací en Santa Rosa, después viví en la calle Aramendi y recorrí varias ciudades del país hasta que volví a mi natal Los Teques. Estuve por dos años en un apartamento de residencias María Luisa, cerca de la iglesia El Carmen y apenas supe que aquí había apartamentos en venta me mudé rapidito, ya tenía como 14 años de construido, pero me parecía interesante vivir en el primer edificio de la ciudad y porque estaba cerca de mi querida escuela Sifontes, donde estudié cuando era solo para niñas y ocupaba toda esta cuadra”, relató con impresionante lucidez.
Ella, fue presidenta de la junta de condominio por 20 años y hoy uno de sus hijos hace lo propio, sacando adelante con mucha responsabilidad y esfuerzo las labores que se ameritan para mantener la estructura en óptimas condiciones, dada la antigüedad de por ejemplo las tuberías y las recurrentes filtraciones que se generan en la azotea.
Carlos y Flor coincidieron en que de las cosas que más extrañan es a sus antiguos vecinos, la mayoría italianos, portugueses y españoles que estuvieron hasta finales de los años noventa.
“Su espíritu de solidaridad era inigualable, para mí este es un edificio tequeño con raíces italianas. La gente de ahora es muy distinta y apática, que solo se limita a vivir de la puerta de su casa hacia adentro. Solo algunos son rescatables y es lamentable que se haya perdido eso de compartir, hasta los buenos días hay que sacárselos con cucharilla”, aseguró la dama.