La testigo del milagro ocurrido en Los Teques tiene 76 años y ha vivido plenamente
Rosa Albarrán, una joven de 18 años, afirmó en 1967 haber sido operada por el doctor José Gregorio Hernández en una humilde vivienda de Los Teques. Cincuenta y ocho años después, ese sector lleva el nombre del beato, quien este domingo, 19 de octubre, fue oficialmente canonizado como santo.

Ahora, con 76 años y residenciada en El Vigía, en la capital mirandina, Rosa leyó con emoción un artículo publicado por Avance sobre la comunidad José Gregorio Hernández, hogar de 932 familias, que lleva ese nombre por el milagro que ella vivió.
Su familia contactó al medio para compartir que la joven de aquel prodigio sigue con vida y que, tras ese suceso que transformó su historia, ha disfrutado de una vida plena.
Rosa padecía un tumor cerebral inoperable debido a una inflamación, y cuando los dolores eran intensos, solo podía descansar. Vivía con su hermano y su cuñada.
Una noche, agobiada por una presión insoportable en el cráneo, decidió irse a dormir. Entre el sueño y la vigilia, vio entrar a un hombre vestido de negro acompañado de una enfermera. Al acercarse, reconoció al doctor José Gregorio Hernández, quien le pidió que estuviera tranquila porque la iba a operar. La joven enfermera le aplicó una inyección, y Rosa perdió el conocimiento.
Al día siguiente, su cuñada la despertó, preocupada por su estado. “¿Qué pasó, qué hiciste?”, le preguntó. Rosa, al tocarse la cabeza, descubrió que estaba vendada. Nerviosa, explicó lo que había vivido la noche anterior, incapaz de moverse debido a un fuerte dolor en el cuello.
Los vecinos comenzaron a llegar, y en la comunidad, que apenas se estaba formando, se difundió la noticia: “José Gregorio visitó la casa de la muchacha con el tumor y la curó”. La gente empezó a rezar, y desde entonces, el lugar fue nombrado José Gregorio Hernández.
El milagro trascendió a más personas. Rosa fue llevada al antiguo Policlínico de Los Teques, donde su médico tratante, molesto e incrédulo, la atendió. Al retirar el vendaje, descubrió una sutura hecha con nylon negro. Perplejo, advirtió que el responsable de tal procedimiento podría enfrentar serias consecuencias.
La familia insistió en repetir los exámenes médicos, y, para sorpresa de todos, el tumor había desaparecido. Se analizaron los restos de algodón en la herida, que resultaron ser algodón crudo.
Debido a sus constantes dolores de cabeza, la madre de Rosa le había confeccionado una pequeña almohada. Al intentar comprender el origen del vendaje, descubrieron que el cojín fue cortado en finas tiras para elaborar las vendas. “Mi mamá guardó los algodones y el hilo, pero, conforme los guardaba, estos desaparecían”, recordó Rosa.
En su humilde casa, Rosa recibió al padre Otty Ossa Aristizábal, conocido por el milagro eucarístico ocurrido durante una misa en Los Teques, cuando la hostia que sostenía comenzó a sangrar. También la visitaron médicos y periodistas, quienes la fotografiaron aún con la cabeza vendada.
Rosa recuerda que el milagro se extendió a otras siete visitas del doctor José Gregorio. En el segundo encuentro, él le pidió que dejaran vendas preparadas y así se hizo. “Mi tía amanecía con la cama limpia, vendas nuevas, su mamá aseguró sentir una presencia en su cuarto, lo recuerdo todo aunque era muy pequeño”, detalló un sobrino que la acompañaba en la entrevista.
Sus exámenes médicos junto con el testimonio y los recortes de prensa fueron trasladados al Vaticano para ser estudiados, pero no recibieron respuestas. “El momento llegó y mi santo ya es el santo de todos, José Gregorio nació para ser el médico de los venezolanos”, dijo muy emocionada, junto a un cuadro del santo que reposa en la sala de su vivienda, junto al que suele sentarse a agradecer por todos los años vividos junto a sus tres hijos, 10 nietos y tres bisnietos.