Se comunican cambiando de color, cazan sacando la lengua a la velocidad del rayo y viven en algunos de los hábitats más amenazados del planeta.
Por su larga lista de insólitos rasgos anatómicos, el camaleón apenas tiene rival. Una lengua mucho más larga que su propio cuerpo y que se extiende en una décima de segundo para capturar insectos. Ojos de visión telescópica que giran independientemente. Pies con dedos fusionados formando pinzas que parecen manoplas. Cuernos en la frente y en el hocico. Nudosos adornos nasales. Un pliegue de piel en torno al cuello que recuerda a la gorguera de Margarita de Austria.
De todas sus singularidades corporales, el camaleón destaca por una en la que ya se fijó Aristóteles: su piel cambia de color. Es un mito que los camaleones adoptan el color del fondo sobre el que se encuentran. Aunque eso puede ayudarles a camuflarse en el entorno, el tono cambiante de la piel es en realidad una reacción fisiológica cuya finalidad es primordialmente comunicativa. El reptil utiliza un idioma cromático para expresarse sobre las cosas que le afectan: cortejo, competencia, estrés ambiental.
Al menos eso se cree hoy. «Los camaleones llaman la atención desde hace siglos, pero siguen estando rodeados de misterio –dice Christopher Anderson, de la Universidad Brown–. Todavía estamos intentando dilucidar cómo funcionan sus mecanismos», desde la proyección explosiva de la lengua hasta los procesos físicos que determinan los cambios cromáticos de su piel.
En los últimos tiempos la ciencia ha hecho descubrimientos importantes sobre la fisiología del camaleón mediante la observación de estos animales en cautividad. Su futuro en el medio natural, en cambio, pende de un hilo.
Cuando el pasado mes de noviembre la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) publicó una nueva valoración del estatus de los camaleones, asignó al menos la mitad de las especies a las categorías amenazada o casi amenazada de la Lista Roja. Anderson pertenece al Grupo Especialista en Camaleones de la UICN, al igual que Krystal Tolley, becaria de National Geographic cuyas expediciones en el sur de África han documentado especies nuevas de este reptil y el retroceso de sus hábitats.
En afrikaans, dice Tolley, los camaleones tienen dos nombres comunes: verkleurmannetjies, que significa «hombrecillos coloridos», y trapsuutjies, que se traduce como «pisa con cuidado», aludiendo al paso lento y curioso de estos reptiles y que también podría interpretarse como un llamamiento a su conservación.
En torno al 40 % de las más de 200 especies de camaleón que conocemos viven en la isla de Madagascar. El resto habita en su mayoría en el continente africano. Los análisis de ADN han demostrado que algunos camaleones de aspecto casi idéntico en realidad son genéticamente distintos. Más del 20 % de las especies conocidas se han identificado en los últimos 15 años.
Los camaleones «siempre han intrigado a los naturalistas», dice Anderson. Como solían morir en el viaje de Madagascar o el continente africano a los laboratorios occidentales, los primeros herpetólogos tenían que conformarse con especular sobre las funciones de los ejemplares vivos.
Anderson estudia la alimentación de estos reptiles con un grado de detalle extremo. Usando una cámara que capta 3.000 fotogramas por segundo, ha convertido los 0,56 segundos que tarda un camaleón en comerse un grillo en un vídeo de 28 segundos sobre mecánica proyectiva.
Escondido en la bolsa gular del reptil hay un hueso hioides rodeado de vainas de colágeno elástico dentro de un músculo acelerador tubular. Cuando el camaleón ve un insecto, saca la lengua lentamente de la boca y de repente el músculo se contrae y ciñe las vainas, las cuales, como impulsadas por un resorte, disparan la lengua, con el hioides en su interior, a modo de flecha. Por su morfología, la punta de la lengua funciona como una ventosa húmeda que atrapa la presa. La lengua se retrae; la cena está servida.
Los científicos todavía tienen mucho que aprender sobre la proyección lingual, explica Anderson. Su investigación sugiere que en algunos casos la lengua se proyecta más lejos y más rápido de lo que se creía.
También ha evolucionado la comprensión del colorido de los camaleones. A principios de este año se dio un paso de gigante con la publicación de las investigaciones de Michel Milinkovitch. Durante mucho tiempo se creyó que estos reptiles cambiaban de color cuando los pigmentos de las células cutáneas se dispersaban por extensiones celulares parecidas a venas. Milinkovitch, especialista en genética evolutiva y biofísica, explica que la teoría no era convincente porque existen muchos camaleones verdes, pero ni rastro de pigmentos verdes en sus células cutáneas.
Milinkovitch y sus colegas de la Universidad de Ginebra empezaron pues a «combinar la física y la biología», explica. Bajo una capa de células cutáneas pigmentarias hallaron otro estrato de células dérmicas que contienen nanocristales dispuestos en una retícula triangular.
Exponiendo muestras de piel de camaleón a presiones y sustancias químicas diferentes, los investigadores descubrieron que esos cristales pueden «ajustarse» de tal modo que se modifique el espacio que queda entre ellos. Ese ajuste, a su vez, afecta el color de la luz que refleja la retícula cristalina. A medida que aumenta el espaciado de los cristales, los colores reflejados varían del azul al verde, amarillo, naranja y, por último, al rojo, un espectáculo caleidoscópico común entre algunos camaleones pantera cuando pasan de estar relajados a agitados o excitados.
A los siete años de edad Nick Henn tuvo su primer camaleón. Veinte años después este aficionado y criador tiene hasta 200 ejemplares en el sótano de su negocio en Reading, Pennsylvania.
Las jaulas de malla dispuestas en hilera tienen plantas para que los camaleones trepen, y suelos arenosos para que la hembras pongan los huevos. Las luces y los humidificadores reproducen los climas de los lugares nativos de estos reptiles. Para que no se incordien los unos a los otros, Henn coloca a las hembras donde no puedan ver a los machos y a los machos donde no puedan ver a las hembras… ni a sus rivales.
Ember es un joven macho de camaleón pantera rojo, una variedad nativa del distrito de Ambilobe, en el norte de Madagascar. Su tronco muestra franjas rojas y verdes, además de una banda aguamarina en cada lado. Cuando Henn abre la jaula y lo incita a subirse a un palo, Ember «se pone de mal humor»; el criador lo sabe porque las franjas rojas se tornan más encarnadas.
Henn lo lleva sobre el palo hasta la jaula de Bolt, un macho adulto de camaleón pantera azul y el reptil más grande de la colección. Cuando Henn abre la puerta y Bolt ve a Ember, la respuesta es inmediata. Para cuando Bolt ha avanzado unos pocos centímetros, sus bandas verdes han pasado a lucir un amarillo intenso, y las cuencas oculares, el cuello y la cresta espinosa han cambiado de verde a naranja rojizo. Ember se vuelve más rojo, pero si hemos de calificar la exhibición cromática, Bolt le gana por goleada. Por si fuese poco, cuando Bolt se acerca y abre la boca, revela unas encías de vivo color amarillo.
Henn retrocede y devuelve a Ember a su jaula. De no hacerlo, explica, Bolt quizás habría intentado embestir o morder a Ember, cuya piel a buen seguro se habría vuelto marrón, el color de la rendición. (Un estudio de 2014 concluía que los camaleones han desarrollado la capacidad de expresar sumisión adoptando tonos anodinos porque «su estilo de vida parsimonioso restringe en gran manera sus posibilidades de huir con rapidez y eficacia de los individuos dominantes».)
Aunque todos los camaleones cambian de color, en algunas especies la transformación es modesta y no asusta a los espectadores. Sin embargo, prácticamente todos los camaleones disponen de otra técnica de intimidación física: aparentar más tamaño del que realmente tienen. Reducen la anchura y aumentan la altura de su cuerpo desplegando las costillas articuladas en forma de V para elevar la espina dorsal. También simulan un mayor tamaño enroscando la cola y expandiendo la garganta con su aparato lingual. Al colocarse de perfil ante el enemigo, aparenta ser bastante más grande de lo que es.
En las jaulas de las hembras, una camaleona llamada Katy Perry –de color rosa salmón, señal de que está lista para aparearse– es vecina de otra llamada Peanut, rosa con bandas oscuras porque ya se ha apareado y está cargada de huevos.
Si un macho se acercase a Katy y la impresionase con sus colores de cortejo y su danza de cabeceos y oscilaciones, quizás ella accediese a la monta. Si el mismo macho se acercase a Peanut, esta se volvería mucho más oscura, con manchas vivas, y abriría la boca, amenazadora. Si insistiese, lo ahuyentaría con un bufido o intentaría morderlo.
Tanto hembras como machos son polígamos. La mayoría de las especies son ovíparas, aunque algunas paren sus crías en bolsas transparentes, semejantes a capullos. Los camaleones no cuidan a sus crías; estas son independientes desde el momento en que nacen o eclosionan.
Para no acabar en el pico de un ave o en las fauces de una serpiente, los camaleones han desarrollado innovadoras formas de ocultarse. La mayoría de las especies son arborícolas, y cuando estrechan el cuerpo son tan finas que pueden esconderse detrás de una rama. Algunos camaleones que viven en el suelo «se hacen la hoja» cuando ven un depredador, dice Tolley: se contorsionan de modo que su cuerpo parece una hoja arrugada de las que tapizan el suelo del bosque.
Los camaleones pueden esquivar amenazas como esas, pero no la agricultura de roza y quema que destruye su hábitat. La lista de la UICN incluye nueve especies en peligro crítico, 37 en peligro, 20 vulnerables y 35 casi amenazadas.
Desde 2006 Tolley y su equipo han identificado 11 nuevas especies de camaleón en Sudáfrica, Mozambique, Tanzania y la República Democrática del Congo. Tolley, que trabaja para el Instituto Nacional Sudafricano para la Biodiversidad, lleva estudiando a estos reptiles desde 2001. Cuando un estudio genético confirma que un camaleón pertenece a una especie nueva, «sientes que estás consiguiendo algo, sumando un logro que permanecerá» afirma la científica. Pero enseguida añade: «Al mismo tiempo que pensaba que eso era estupendo, no dejaba de imaginarme a los pequeños camaleones aferrados a las ramas mientras talan el bosque». Al describirlo se le quiebra la voz. «No podía dejar de pensar que ojalá no los hubiésemos encontrado nunca –dice–, porque si las cosas no cambian, pronto se extinguirán.»
Fuente: www.nationalgeographic.com