Miguel Silvio Sanz, conocido también como “El Negro”. Esbirro de la Seguridad Nacional durante la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, circa 1957, autor desconocido. // Archivo Fotografía Urbana
Aquí está caído. El régimen que servía como esbirro de la policía política ya ha sido derrocado, sus jefes han huido y se encuentran en el extranjero disfrutando la vidorra que pueden permitirse con las fortunas urdidas en el poder. Pero para él no hubo asiento en los aviones de la república ni en los privados. A él lo dejaron, con los archivos vomitando papeles, con las hordas clamando justicia (y no pocas veces, revancha).
Es Miguel Silvio Sanz, recordado como mano derecha de Pedro Estrada en la Seguridad Nacional. Y esta imagen, conservada por la Fundación Fotografía Urbana, debe ser una de las primeras instantáneas que alguien se hubiera atrevido a hacerle así, de frente y a quemarropa, en muchos años. No tenemos la identidad del reportero gráfico que lo captó muy probablemente en el banquillo de los acusados, donde la naciente democracia venezolana puso a los torturadores y asesinos de presos políticos, pero casi podemos sentir su turbación al tener delante y tan cerca un tipo que hasta hacía pocos meses hubiera podido triturarlo entre sus dedos como a un vaso de cartón.
La hostilidad conque Sanz observa al fotógrafo nos induce a pensar que estos son, precisamente, sus pensamientos. Todavía tiene pintada en la cara la altanería de quien hace uso arbitrario del ejercicio del poder y dispone sobre vidas y muertes.
Miguel Silvio Sanz Añez nació el Maracaibo el 10 de abril de 1912. En el Zulia integró el grupo que comandaba la acción represiva del régimen de Pérez Jiménez y también actuó en Coro, donde el escritor Alexis Márquez Rodríguez se las vio con él y mucho después se referiría a su “vesania represiva y su crueldad de torturador”.
En Caracas, Miguel Silvio Sanz, a quien apodaban El Negro, (aunque ese cabello totalmente oscuro que luce en esta foto, a sus 46 o 47 años, es indicio más bien de que era descendiente de indígenas), iba a hacer carrera en la Dirección de Seguridad Nacional (DSN), que, por cierto, no había sido creada por Pérez Jiménez. Fue fundada en agosto de 1938, con el nombre de Cuerpo de Investigación Nacional.
Diez años después, a raíz del golpe de Estado que depone a Rómulo Gallegos, pasa a ser la Dirección de Seguridad Nacional, dependiente del Ministerio de Relaciones Interiores. La Sección Político-Social, responsable de las persecuciones políticas, nació mediante Decreto Ejecutivo N° 162, en junio de 1949.
Tal como ha escrito Armando Hernández, en su Historia Policial de Venezuela, “Durante su funcionamiento, la SN se encargó de enviar a 822 venezolanos acusados de ser militantes de Acción Democrática y a comunistas al Campo de Concentración de Guasina, en el Delta del Orinoco, el cual funcionó hasta diciembre de 1952. Posteriormente, deportó a estas personas a las diferentes cárceles venezolanas. Según anécdotas de algunos de los políticos, esta organización policial realizó tortura y desaparición como método sistemático de interrogatorio, así como la detención y allanamientos a domicilios sin necesidad de orden judicial. Gran parte de estas acusaciones nunca fueron probadas”.
En los tiempos de mayor represión, Miguel Silvio Sanz fue jefe de la Sección Política Social de la SN por dos años.
En sus memorias, Américo Martín esboza un cuadro que nos permite ver al verdugo en acción:
“En la noche –evoca Martín- tenemos una muestra palpable de la rabia que ha despertado en el gobierno la osada huelga de los universitarios. Cuando estamos dormidos o aparentamos estarlo se presenta una de las columnas de la represión, el segundo hombre de la SN después de Pedro Estrada. Es el sombrío, el célebre Miguel Silvio Sanz Añez. Camina lentamente. Sus tacones suenan duro en el suelo. Los presos no mueven una pestaña. Sanz va pasando entre las colchonetas. ¿La emprenderá a patadas contra los cráneos indefensos? El odio trasunta de su cuerpo. Casi se puede tocar.
Entre los presos hay un amigo de Sanz. No está en la SN por razones propiamente políticas sino por asuntos de gestión administrativa en la gobernación que venía desempeñando al servicio de la dictadura.
– ¿Qué pasa Silvio? –le pregunta
– Los malditos estudiantes –deja escapar.
Termina el paseíllo y se va. Los presos sueltan la respiración”.
El poeta Vicente Gerbasi, quien también fue llevado en su momento a la presencia del policía, lo describió así: “Miguel Silvio Sanz era un hombre grandote de gran papada, descamisado, gordote. Se sentó en una forma muy deportiva, creyendo que iba a gobernar toda la vida”. Efectivamente, en esa oportunidad mandó al hijo del inmigrante para la Cárcel de Obispo.
La sede de la SN estuvo desde 1949 hasta 1953 en la segunda avenida de Los Samanes con cruce a la avenida principal de El Paraíso (donde ahora está la Clínica Popular de El Paraíso). En el 53 la mudaron a la avenida México (donde está el Hotel Alba Caracas, antiguo Hilton).
Allí despachó Miguel Silvio Sanz hasta la madrugada del 23 de enero, cuando la multitud asaltó el edificio, prendió candela a parte de los archivos, linchó a algunos funcionarios y asistió a la liberación de los presos políticos que se encontraban allí.
El 24 de enero, la Junta Militar de Gobierno, presidida por el contralmirante Wolfgang Larrazábal disolvió, mediante el Decreto número tres, la Dirección de Seguridad Nacional, que entonces desapareció del organigrama del Ministerio de Relaciones Interiores. El siguiente paso fue capturar a los responsables más visibles de los crímenes para llevarlos a juicio al año siguiente. Fue así como en los tribunales vieron llegar a 23 ex funcionarios de la SN, que serían sometidos a juicio desde mediados de 1958 y hasta el 1 de abril de 1963, cuando se les dictó sentencia. Entre ellos estaba Miguel Silvio Sanz, a quien le cayó una pena de 16 años de presidio en San Juan de los Morros, por el asesinato de Luis Hurtado Higuera, y torturas a centenas de detenidos.
Patadas en la cabeza
El libro Hombres y verdugos, fue escrito a partir de las trascripciones de esos juicios, por un equipo encabezado por Ramón J. Velásquez y editado por José Agustín Catalá, en 1982, dedica un capítulo a los esbirros más conspicuos, entre quienes se cuenta, naturalmente, Miguel Silvio Sanz.
Allí está la denuncia del profesor Jesús Antonio Chávez, donde expresa que lo detuvieron en enero de 1955, lo condujeron a la presencia de Pedro Estrada, Ochoa Maldonado y Miguel Silvio Sanz, cuando se encontraba la Seguridad Nacional en El Paraíso. “Lo primero que hicieron fue despojarlo de su cartera y repartirse el dinero que contenía, luego lo esposaron y seguidamente lo llevaron al cuarto de torturas donde fue interrogado, allí un Oficial le dio un golpe en el estómago que le produjo desgarramiento de los tejidos y un fuerte dolor, cayó al suelo, desvanecido entonces le dieron patadas en la cabeza, Miguel Silvio Sanz personalmente, le propinó varios planazos; luego lo mandaron a la Cárcel Modelo, donde el director lo encontró en tal mal estado que no quiso aceptarlo y tuvo que regresar a la Seguridad Nacional, donde nuevamente lo sometieron a torturas…”.
En Hombres y verdugos está también la denuncia de Tomás Aquino Rodríguez: “Miguel Sanz me puso el revolver en el pecho diciendo que tenía que cantar y ahí mismo me desnudaron, me dieron con un pedazo de manguera y cachiporra, me tiraron al suelo y me patearon en presencia de Sanz, quien me dio por los riñones. Tengo marcas en las costillas y en un brazo; he quedado imposibilitado para el trabajo; al agacharme siento un fuerte dolor en la cintura, a consecuencia de la patada de Sanz y otro golpe fuerte que recibí en la cabeza y me dejó como consecuencia que no veo bien y sufro de mareos continuos”.
Los testimonios son montones, porque el libro incluye las constataciones que otros presos hacen de lo afirmado por cada víctima. Concluiremos con la declaración rendida por María Escalona Belandria, quien era empleada de la SN. “En la Seguridad nacional había cuartos secretos para interrogatorios, donde vivían torturando a los detenidos. Miguel Silvio Sanz era el principal, el que ordenaba las torturas y, cuando estaban en ellas, cerraban la puerta y no dejaban entrar a nadie. Aún cuando yo era de la Sección Política no entraba en el cuarto de interrogatorio, porque mi trabajo era por fuera y no venía sino a cobrar. Para aplicar torturas utilizaban rines, corriente eléctrica, faros; cuando paraban los presos sobre los rines, los desnudaban y les daban puñetazos”.
No te metas con la mujer de un esbirro
Pero El Negro Sanz no era conocido únicamente por su sevicia. También por su vida sentimental. Se había casado en Caracas con la actriz argentina Zoe Ducós. Y con este enlace se enredaron las dos facetas, la del enamorado y la del sicópata.
Cuando Zoe Ducós puso los rubios pies en Venezuela, venía de una agitada agenda amorosa. Estaba casada con el director de cine José María Fernández Unsaín, cuando conoció al tenor mexicano Genaro Salinas, una estrella en los años 40, quien había recalado en Buenos Aires en busca de perspectivas profesionales. El de Tamaulipas estaba casado entonces con la famosa cantante chilena María Elena Toledo, “Malena”, a quien había conocido en La Habana cuando ambos estaban de gira en la ciudad antillana que, por aquellos años, era paso obligado de la aristocracia de la música popular latinoamericana.
Genaro Salinas se volvió loco por Zoe Ducós, pero ella lo dejó y se vino a Caracas en 1952. Aquí se empató con el actor Héctor Hernández Vera, su pareja en varias telenovelas, y luego se casó (en lo que para ella eran segundas nupcias) con Miguel Silvio Sanz Añez en 1955.
A todas estas, Genaro Salinas siguió la ruta de Caracas, dejando en Buenos Aires a Malena Toledo a los dos hijos del matrimonio, algunos dicen que por ir detrás de Zoe Ducós. La carrera de Salinas iba en franco declive y no era mucho lo que hacía en Caracas, donde se vio varado, sin dinero y con muy pocos amigos. Pero aquí se quedó y las malas lenguas siempre han asegurado que lo hizo porque se veía a escondidas con Zoe Ducós (o aspiraba a ello), sin reparar en el enorme riesgo que corría. Las cosas se pondrían mucho peor para él. La noche del domingo 28 de abril de 1957 dos agentes públicos encontraron a Salinas agonizante debajo de un puente de la Av. Victoria. Lo habían golpeado hasta dejarlo inconsciente y daba la impresión de haber sido lanzado desde lo alto, después de regarle licor en la ropa. Ingresado emergencia en el hospital de Coche, murió esa noche en la sala de operaciones. Tenía doble fractura de cráneo y otras contusiones. Desde el mismo momento del funeral se empezó a decir que quienes le habían hecho eso al intérprete de “Mis noches sin ti”, eran agentes de la seguridad nacional enviados por el marido celoso.
Miguel Silvio Sanz cumplió la condena, pero solo parcialmente. Murió antes. Sucumbió al cáncer en el Hospital Central de Maracaibo, donde no iba a verlo nadie, con excepción de algunos presos políticos, como el padre del escritor zuliano Jesús Ángel Semprún, quien había experimentado la crueldad de Sanz y se aventuró a visitarlo en su lecho de muerte.
Un personaje de telenovela
El Negro Sanz regresaría convertido en personaje de seriado dramático. El 1 de julio de 1979, Radio Caracas Televisión estrenó Estefanía, una telenovela destinada a convertirse en un éxito. Escrita por Julio César Mármol, fue la primera telenovela venezolana transmitida a color y la segunda de una trilogía de producciones históricas originales, cuya trama y estructura narrativa rebasaba el conflicto amoroso.
La historia transcurría en una Venezuela “ficticia”, abrumada por una dictadura
de mediados del siglo XX. No había que ser demasiado avispado para darse cuenta de que era una recreación de la tiranía de Marcos Pérez Jiménez, convertido por diligencia del libretista en Marcos Suárez Figueres, cuyo director de seguridad era Pedro Escobar (calco de Pedro Estrada Albornoz), interpretado por el actor Gustavo Rodríguez.
La “mano derecha” de Escobar, no podríamos decirlo de otra manera, era Manuel Fulvio Lanz, jefe de la Sección Política de la SN, encarnado por Tomás Henríquez. Con esta selección El Negro Sanz perdió el acento maracucho que sus contemporáneos decían que tenía en grado sumo y ganó a cambio la portentosa voz del querido primer actor. Después de eso regresó al olvido. Pero en los últimos años su nombre ha salido a relucir otra vez entre susurros y con el temblor del miedo.
Tomado de: http://prodavinci.com/Por Milagros Socorro