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Abuelitos a la buena de Dios

Alejandra Ávila - Geriátrico

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Periodistas de Avance

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Algunos de los 20 huéspedes del Padre Tinoco pagan pensión, otros viven de la caridad y todos sufren por la falta de alimentos y medicinas

Accediendo al pago que familiares puedan permitirse y abiertos a recibir cualquier tipo de donación, se mantienen encargados de la Casa Hogar San Onofre, donde actualmente se encuentran 20 abuelitos.

Algunos de los adultos mayores viven de su pensión, otros de lo poquito que le llevan sus parientes (el que más paga aporta Bs 7 mil mensual), la minoría vive de la caridad de quienes están al frente de este albergue y de sus compañeros.  En una amplia sala de estar, con un televisor en medio y muchos muebles para instalarse, pasan sus días los abuelitos de esta casa de abrigo ubicada en la calle Páez de Los Teques.

Desde que su primera encargada, Antonia Concepción Rodríguez, falleció el pasado febrero, este recinto quedó a cargo de su nuera, la enfermera María Froilán. Ella define su labor frente a esta casa como una vocación, pues no percibe ninguna ganancia extra que no sea comida y techo, mientras que su esposo está encargado de una bodega.

Alzheimer, presión arterial y osteoporosis son los males más comunes de estos abuelitos, que en su mayoría pasan de los 70 años de edad, sin embargo, la energía que emanan al estar todos juntos es similar a la de estar en un jardín de infancia. Es por ello que la escasez de medicamentos es uno de los principales inconvenientes que atraviesan los ocupantes de esta casa.

“A Dios gracias que ninguno es diabetico, porque eso sí sería una complicación, y a los que sufren de otros males se les dan los medicamentos que se consiguen”, contó la enfermera que está al frente de San Onofre. Estos abuelitos están encantados con la temporada de mango, ya que uno o que otro familiar que va de visita suele llevarles este manjar criollo.

Todos coincidieron en que su merienda predilecta es el café con leche y pan dulce, pero desde hace meses que esta combinación les quedó solo en la imaginación pues el drama de la escasez de alimentos hace tiempo que tocó la puerta de esta casa hogar.

María Froilán detalló que se vio en la obligación de reducir el menú de los adultos mayores, que casi no les dan pollo y las raciones de avena y sopa tuvo que achicarlas para rendir el alimento. “La familia de la mayoría colabora, traen lo poquito que consiguen en la calle que se junta con las migajas que consigo cuando salgo a comprar, eso se junta y resulta la comida de la veintena”, dijo.

Añoran los buenos tiempos

Con 85 años, Félix Guerra, no se ha dejado ganar la batalla por el tiempo. Está recluido en el albergue desde hace ocho meses pero eso no le impide salir a trabajar, todos los días sale bien temprano, toma el Metro y se va a vender bolígrafos, lápices y veneno para roedores por la vía de El Junquito.

“Yo vivía en Italia con mi mujer, mi hija y mi suegra, pero me vine porque no me gustó y ellas se quedaron allá. Mi hija ni se debe acordar de mí porque eso fue hace 40 años, a la única que tengo es a una sobrina que está pendiente de mí”, relató.

Guerra se reúne con sus compañeros a hablar del pasado, se entretiene un rato con la televisión pero reitera que no le gusta estar encerrado y por eso sale a trabajar. Dijo que le gustaría volver a tomar café por las tardes pero que “por la difícil situación” no cree que eso vuelva a pasar.

A dos puestos de Félix estaba sentada Ana Julia Balza de Méndez (83), tiene Alzheimer pero su nombre completo es una de las cosas de las que no se ha olvidado. A pesar de que no recuerda si tiene hijos o a qué se dedicó en su juventud, no olvida tampoco a su papá, que se llamaba Juan, quien la quería mucho y era muy bueno con ella según recordó al momento de la conversa. La cabeza de la casa hogar indicó que la hija de Ana Julia siempre la va a visitar, que conversan y que la mujer logra alegrarle el día a su mamá.

Junto a esta par de abuelitos vive la niña de la casa, Sonia Chávez, quien tiene 50 años y posee Síndrome de Down. “Ella está sana y la dejaron aquí porque familiares no tenían cómo cuidarla, ella es una niña, le gusta jugar”.

Atención a las autoridades

María Froilán indicó que desde que se fundó esta casa en 1991, representantes de varios organismos públicos han intentado cerrar el albergue por no presentar las condiciones sanitarias adecuadas, pero nunca ejecutan la medida porque no hay lugar para llevarse a los abuelitos.  “Esto es un trabajón, hay que lavarlos, limpiarlos, asear su cama y ropa, necesitamos de muchos trabajadores pero eso es imposible en estos tiempos, nos conformamos con los voluntarios”.

Comida de cualquier clase, ropa, pañales, sábanas y protectores de cama son las principales necesidades de los 20 abuelitos que conforman la familia de San Onofre. Aunque Froilán no acostumbra a pedir donaciones, dijo que las puertas del albergue están abiertas para quien quiera ayudar./Glorimar Fernández/gp/Foto Alejandra Ávila

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