Carlos Herrera tiene 22 años construyendo y reparando tumbas
Trabajar en una funeraria, la morgue o el cementerio es una labor a la que muchas personas le huyen. Expresiones como “sape gato” o “guillo” se le escucha decir a algunos cuando se topan con personas como Carlos Herrera.
Él, es albañil de profesión. Tiene 44 años de edad, de los cuales 22 ha entregado a trabajar en cuerpo y alma al Cementerio Municipal de Los Teques, ubicado en el sector 23 de enero de esta ciudad.
“Por no terminar el liceo mi abuelo me puso a trabajar con el administrador de aquí para aquella época. Empecé como ayudante y en un año ya hacía de todo. Hoy, hago el trabajo para brindar un buen servicio a la gente, porque ya tienen bastante con el dolor de perder a un ser querido como para encontrarse malos tratos en el camino”.
Carlos, considera que trabajar en un camposanto es más que vivir entre muertos, porque el verdadero asunto está en mediar para ayudar a los deudos. Un trabajo de albañilería puede rondar los $30 y el familiar debe comprar los materiales, desembolsando en cualquier ferretería unos $20 aproximadamente.
“Si la gente no tiene plata, no importa, igual se les ayuda hasta donde se puede. Uno necesita cuadrar los trabajos porque hay que llevar comida para la casa, pero nos ponemos en los zapatos de los demás. Hay días buenos y días malos, aunque sea un refresco nos regalan. Dios le pone a uno en el camino la misión que debe cumplir”.
El auge de los servicios de cremación ha reducido el trabajo que hacen los diez trabajadores de la necrópolis. No le gusta llamar negocio a la labor que hacen, porque a su juicio es una fea forma de catalogar su trabajo. “No se debe hacer negocio con el dolor ajeno, sería como hacer leña del árbol caído y eso está mal”.
La ardua tarea de atender a la muerte
“El Consentido”, como lo conocen algunos de sus compañeros, aseguró que ante la inmensidad y complejidad del terreno donde reposan los cuerpos inertes de una gran cantidad de personas, es difícil subir bloques, cemento, tabelones, pego y demás materiales hasta los lugares más empinados.
Dijo que hace varios años las profanaciones estaban a la orden del día, hallando también toda clase de animales muertos, usados para los rituales de santería. Pero, que todo eso se ha mitigado con la implementación de cámaras de seguridad y el reforzamiento de los muros del camposanto.
Hace diez años, él sufrió una caída de una altura de aproximadamente seis metros, mientras construía una fosa. A raíz del accidente se fracturó una costilla que le perforó un pulmón y le causó un derrame pleural, por lo que duró 28 días hospitalizado y un año haciendo terapias. Hoy, aún tiene secuelas.
“Hay quienes contratan a uno y pagan pelo a pelo o nos encomiendan otras tareas en el área de la construcción fuera de acá, nos sirve para matar tigritos. Pero también, hacemos amistad con mucha gente que se va conforme con el servicio que se les brinda”, subrayó.