Banderas venezolanas ondearon con alegría y júbilo, un 7 de mayo, hace 30 años, en la plaza de San Pedro en Roma, ya que la Madre María de San José, nacida Laura Alvarado Cardozo el 25 de abril de 1875 en Choroní, Aragua, se convirtió en la primera beata de Venezuela.
Este hecho marcó la apertura del santoral venezolano, lo que significa el reconocimiento oficial de la Iglesia a aquellos que, por su santidad, son elevados a los altares como modelos de fe. Abrir el santoral significó para Venezuela un despertar espiritual, un orgullo patrio y una invitación a vivir el Evangelio con más pasión, tal y como lo hizo la Madre María, quien falleció en Maracay el 2 de abril de 1967.

Desde niña, Laura se consagró a Jesús, a quien llamó el “eje de su vida”. A los 9 años fundó una escuelita para pobres, y a los 26, bajo la guía del padre López Aveledo, asumió la dirección del primer hospital de Maracay. Ante la ausencia de conventos en Venezuela, fruto de las políticas de Guzmán Blanco, aceptó el llamado de fundar las Hermanas Agustinas Recoletas, una congregación llena de espiritualidad agustiniana. Su carácter firme, dulzura y humor se entrelazaron en una vida de oración y servicio, siempre al lado de los más necesitados.
Exudaba santidad
La vida de Madre María estuvo marcada por dones místicos extraordinarios: visiones, locuciones interiores, éxtasis, bilocación (la capacidad sobrenatural de estar en dos lugares al mismo tiempo) y una inedia de diez años (ayuno absoluto prolongado, viviendo sin alimento físico por gracia divina), alimentándose solo de la comunión diaria, un sacrificio ofrecido por la salvación de su padre, quien, tras estar clínicamente muerto, recibió los sacramentos antes de fallecer.
Estos regalos divinos no la apartaron de los pobres, sino que impulsaron su misión. Fundó albergues, hospitales, leprocomios, orfanatos y escuelas nocturnas, enfrentando intrincados caminos, travesías y condiciones precarias. Su lema, “los desechados de todos, ésos son los nuestros”, reflejó su compromiso con los marginados.
Su labor misionera incluyó catequesis, visitas a enfermos y preparación de moribundos, siempre movida por el amor a Cristo. Juan Pablo II, durante su beatificación, la destacó como un modelo de evangelización para América Latina, encomendándole la Nueva Evangelización. Su proceso de beatificación, iniciado en 1983, culminó con un milagro y la exhumación de su cuerpo incorrupto en 1994, un signo de su santidad que atrajo a miles a su santuario en Maracay.