Donald Trump mira continuamente hacia el 2020. Cada paso que da, aunque chirríe, tiene como objetivo repetir mandato. El último ha sido la designación del iconoclasta y talentoso Brad Parscale, de 42 años, como jefe de su campaña para la reelección.
La decisión marca una divisoria: lejos de los habituales hombres de partido o expertos en recaudación, el presidente de EEUU apuesta por el brujo digital que hizo de Facebook, la geolocalización y la selección de audiencias uno de los motores del sorprendente triunfo de Trump en 2016. “Habla a la gente por Twitter, pero ganó por Facebook”, ha sentenciado Parscale.
Fue la revelación digital de las elecciones de 2016. Antes de la campaña, este economista de barba larga y acento texano no había tocado jamás la política y se había limitado al diseño y desarrollo de las páginas web de las compañías de Trump.
Pero cuando el multimillonario empezó a tantear sus posibilidades electorales, Parscale, avalado por el yernísimo Jared Kushner, entró en el sancta sanctorum familiar y creó la página web de su candidatura. A partir de ahí no dejó de ascender.
Mientras Trump iba devorando a sus jefes de campaña y quemando a sus colaboradores más cercanos, él logró hacerse con la dirección digital y, sin perder los nervios, ampliar su perímetro de acción.
“Si hablaba de puentes, con Facebook era capaz de alcanzar a los 1.500 interesados en infraestructuras de una localidad y hacerles llegar mi mensaje con mucha más precisión que cualquier anuncio de televisión”, ha explicado Parscale.
En este intento de sintonizar con el elector, el equipo de Trump no paró de refinar sus anuncios, con continuos cambios de formato y texto, hasta llegar a lanzar una media de 50.000 diarios (con picos de 100.000). El esfuerzo contó además con la polémica participación de Facebook.
La empresa le envió empleados que le enseñaron a sacarle el máximo rendimiento a la herramienta. “Eran empotradosque debían apoyar a Trump y de los que yo esperaba que explicaran más cosas que a Hillary Clinton”, ha comentado.
El resultado fue que el republicano, pese a obtener en el cómputo nacional 2,8 millones de votos menos que Clinton, ganó las elecciones por los 77.000 votos de diferencia cosechados en Michigan, Wisconsin y Pensilvania.