Tres funcionarios de Policarrizal truncaron los sueños de un destacado ingeniero en agosto de 1994
RONALD PEÑARANDA
Un disparo mortal propinado por un funcionario de la Policía Municipal de Carrizal, acabó con la vida del brillante ingeniero de petróleo Atahualpa Boscán León, de 32 años de edad, la madrugada entre el 12 y el 13 de agosto de 1994.
Ese suceso, que ocurrió en Colinas de Carrizal, impactó y conmocionó a la sociedad de los Altos Mirandinos hasta el punto de haber sido recreado en el famoso programa Archivo Criminal transmitido por RCTV.
Ya han pasado 24 años y ocho meses de aquella noche fatídica, pero en la familia del también talentoso músico aún siguen abiertas las heridas.
La profesora Josefina León de Rodríguez, madre de la víctima, y Yurimia Boscán, su hermana, abrieron, las puertas de su casa al Diario Avance, para contar el drama que vivieron -y aún viven- al perder a ese ser tan querido.
Tristemente, al estar involucrados agentes policiales, las confusiones, dilaciones y triquiñuelas rodearon el caso, al extremo de que la familia recibió fuertes amenazas de continuar profundizando en las averiguaciones, amén de lo blandengue que actuó la justicia con el asesino y sus dos compinches, también policías.
El viernes 12 de agosto, a eso de las cinco de la tarde, Boscán salió de la empresa Cavoex donde trabajaba, en Barcelona (Anzoátegui), rumbo a Colinas de Carrizal donde vivía junto sus padres y hermanos. Esta rutina la cumplía casi todos los fines de semana, pues era el tiempo destinado a ensayar con sus amigos músicos.
Sería cerca de la medianoche cuando arribó a Colinas y ya iba llegando a la casa cuando, para su mala suerte, se topó con la patrulla tripulada por los tres uniformados (Luis Beltrán Rodríguez, Néstor Leonardo Nieto y Roger Arriola Rivero).
Ellos no estaban de guardia en ese momento; sin embargo, andaban en un carro oficial sin la autorización de sus superiores. E inclusive, se dice que aquella noche habían estado de farra en la tasca La Vara, muy famosa por la época, ubicada en la entrada de la urbanización carrizaleña. De allí salieron ebrios.
Tras abandonar el local, se apostaron en la intercepción previa al Acuario Agustín Codazzi donde solían montar alcabalas para “bajar de la mula” a tutilimundi. En ese punto, pararon a Atahualpa quien se movilizaba en su carro, un Toyota Corolla blanco.
Le pidieron papeles y los mostró sin problemas porque los tenía en regla. Pero los efectivos querían plata a juro y el ingeniero se negó a la extorsión. Presuntamente, hubo una discusión entre él y sus posteriores verdugos.
“Es probable que él amenazara a los agentes con denunciarlos por su corrupta actuación. No es extraño imaginar que de allí se lo llevaron al para entonces muy solitario sector Las Mucuritas. Allí tirotearon los cauchos del vehículo. Probablemente, en medio de la oscuridad y el miedo de estar frente a tres hombres armados, Boscán trató de huir de allí; sin embargo cuando intentaba hacerlo, el policía de apellido Beltrán se acercó a la ventana del copiloto, sacó su arma de reglamento y le disparó a mansalva. El proyectil rompió el vidrio, entró por la región maxilar de Boscan y afectó la cervical”, señala Yurimia, quien basa su relato en la reconstrucción del crimen que hizo la entonces Policía Técnica Judicial (PTJ).
La cantidad de sangre que encontraron en el espaldar del automóvil evidenció que si bien Boscán no murió en el sitio desangrado, al menos permaneció un largo rato en el lugar, mientras sus asesinos deliberaban sobre la versión que darían. “Algunos decían que había llegado con vida al Hospital Victorino Santaella y otros de que su muerte había sido instantánea. Esa es una de las tantas cosas que nunca sabremos. Lo cierto es que los funcionarios que asesinaron a mi hermano tuvieron bastante tiempo discutiendo qué harían con el cuerpo. Finalmente lo subieron a la patrulla y lo trasladaron al HVS. Allí inventaron que había resultado herido en un enfrentamiento, cosa que las pruebas de balística descartaron de inmediato”, relata Yurimia.
Otro cuento que se inventaron los homicidas fue de que al ingeniero lo encontraron con un hombre desnudo, “pero resulta que durante la investigación no apareció ni la ropa, ni los zapatos ni la correa del nudista, ni siquiera el propio nudista. Me imagino que, 25 años después, ese tipo aún sigue perdido y desnudo en la zona boscosa de Colinas de Carrizal. La verdad es que eso fue algo muy ruin. Intentaron enlodar su imagen”, recalca su indignada hermana.
Cuando se le pregunta sobre la suerte que corrieron los criminales, su respuesta es contundente: “ Uno cree que olvida, uno cree que perdona, pero resulta que, al revivir esa situación, es difícil hacer borrón y cuenta nueva. Afortunadamente, ya no tengo la cara de los asesinos en mi mente, pero sí tengo grabados sus nombres y cada parte de la historia. Beltrán, el que disparó, fue sentenciado a 15 años de prisión. A Arrioja y a Nieto les dieron siete años respectivamente, pero solo el último (Nieto) pagó su condena completa en el Retén de Los Teques”.
Los dos primeros salieron de la cárcel antes del tiempo que le estipularon. Los tres tenían prontuarios, por ejemplo, de Luis Beltrán Rodríguez se supo que antes de ingresar a Policarrizal había sido rechazado en Polisalias “por su tendencia psicopata, cosa que nos fue revelada en su momento por la propia psiquiatra evaluadora de Los Salias”.
“De acuerdo a su perfil de psicópata, este hombre no debía portar armas. Los otros dos, resultaron con prontuario y ambos habían sido destituidos de Polimiranda y sus cartas de buena conducta falsificadas por el jefe de Personal de la institución policial de entonces. Sus expedientes me fueron entregados en mis propias manos por agentes policiales indignados por el caso. Eran delincuentes uniformados, con prontuario de robo y sometimiento de sus víctimas, a quienes paradójicamente, tenían que defender”.
Afirma que era un cuerpo viciado. “Poco después de haberse dictado la sentencia nos dijeron que Beltrán, condenado a 15 años por ser el perpetrador del disparo, había sido trasladado a una cárcel especial para policías en El Junquito donde, al poco tiempo, se ocupaba de la lavandería”.
Por su parte, a Roberto Arrioja Rivero, antes de este sonado caso, le habían dictado sentencia por estar sindicado de la muerte de un joven en el sector El Rincón en el año 1992. Esto lo sacó a la luz pública el propio padre del muchacho asesinado, quien apenas supo que ese policía también estaba involucrado en el homicidio de Boscán, se apersonó en su casa para pedir justicia.
Al parecer, la “buena casta” de Arrioja logró echarle tierrita a sus crímenes, pues era hijo de un militar, un coronel, para ser más preciso. Con el paso al tiempo y como si nada hubiese pasado, le permitieron ingresar a la Policía de Aragua, donde presta sus servicios en el municipio Girardot.
En cuanto a José Nieto, se ha dicho que trabajó como fiscal de la línea Carrizal- Caracas y que hasta trabajó en alguna de las misiones educativas del Gobierno luego de pagar sus 7 años de condena. “La gente tiene derecho a reinsertarse en la sociedad, pero siento que aquí no hubo justicia. Eran policías que rompieron la ley, que estaban armados, que eran reincidentes y que, sobre todo, tenían ventaja sobre cualquier ser humano desarmado, eran tres, además…”.
“Yo juraba que al que disparó le iban a dar la pena máxima. Qué decepción. Tuve en mis manos los expedientes de esos sujetos. Se los entregué en su momento al doctor Carlos Olivares Bosque, abogado designado por la familia, pero nunca se supo si los usó para el juicio. No sabemos si él tambien recibió amenazas, pero lo cierto es que los expedientes de estos tres policías corruptos nunca fueron insertados como pruebas en el expediente de Atahualpa. Tampoco sabremos ya qué pasó ni por qué desaparecieron. A mí mamá la llamaron para recordarle que tenía otros hijos. Eso fue el fin de nuestra investigación”.
Recuerda que en el juicio los parientes de los indiciados jamás expresaron la disposición por lo menos de ofrecer disculpas por el daño causado, ni los acusados mostraron señales de arrepentimiento.
“Lamento que hayan truncado la vida de un profesional de su talla. Si viviera no estuviera acá en Venezuela. Él se formó afuera, así que creo que su destino estaba en el exterior”.
A sus verdugos les tengo lastima
La señora Josefina León, que en aquel momento era docente del Cultca y miembro de la Sociedad Bolivariana, aún ve a “su muchacho”, como ella lo llama, recogiendo piedritas (cuarzos) en la montaña, una especie de obsesión que tenia Atahualpa desde niño.
“En la casa en Colinas descubrió una pilita de piedras que brillaban. Él les decía a sus hermanitos que había encontrado una mina de oro”.
Aquel viernes 12 de agosto, ella no esperaba a su hijo pues el miércoles lo llamó por teléfono para decirle que no viniera porque tenía gripe y como desde pequeño Atahualpa sufría de asma temía que se enfermara.
Él le respondió que ese fin de semana no tenía planeado venir porque debía viajar a Maracaibo por cuestiones de trabajo. Sin embargo a última hora cambió de decisión.
Uno de sus amigos musicos cumplía años acá, entonces prefirió venirse pero antes cambió el boleto de Maracaibo para salir desde Caracas. Contaba con que ese domingo a las 7:00 am, después de la celebración, su mamá lo trasladara hasta el aeropuerto de Maiquetía, para así llegar puntual a territorio zuliano y cumplir con su compromiso laboral.
Justamente esa noche ella comenzó a sentirse peor y un fuerte dolor en el abdomen le impidió pegar el ojo durante la noche, “ese malestar se lo atribuyo al sexto sentido que tenemos todas las madres”.
Su hija Yurimia se despierta, va al cuarto, nota sus dolencias y de inmediato llama al médico familiar, quién le da cita esa misma mañana en Caracas.
A las 6:00 am suena el teléfono. Era un ahijadito de Atahualpa a quien le daba clases de música, preguntó por él y le respondieron que no vendría. Asumen que su ausencia se debe al consejo materno.
Como a las 9:00 am la señora junto a su esposo salen a cumplir con la cita médica. El chequeo tarda un poco, después que la atienden, sale de la clínica no tan aliviada. Los dos van a un restaurant ella se toma un jugo y estaba inquieta. Seguía la intuición de madre.
Regresan a Carrizal como a la 1:30 pm, cuando llegan a la entrada de la urbanización ven a unos vecinos con cara de angustia. Pensó que habían atracado a su hijo, el cuarto, Félix Miguel y su novia, que tenían un negocio cerca.
Cuando llega a la casa y se baja del vehículo “veo los ojos rojos e hinchados de llorar. Le pregunto ¿qué pasó?, ¿te asaltaron? Me respondió con la cabeza que no. Se dirigió a mi esposo y lo abrazó. Yo entré a la casa y ví un gentío. De inmediato pregunté ¿qué le pasó a Atahualpa?, no sé por qué fue él el que se me vino a la mente. La vecina contestó: lo mataron”.
Confiesa que el dolor que sintió en ese instante fue inexplicable. “Fue un dolor tan grande que no encuentro palabras para describirlo. Sentí un hueco, un vacío en el estómago que casi 25 años después todavía perdura”.
“En las primeras de cambio uno se pone rebelde, vociferé contra Dios, contra mis creencias. Maldije mil veces a los asesinos”.
Como si esto que estaba viviendo fuese poco, le tocó enfrentar un tortuoso proceso. En su natural exigencia de clamar justicia, ella y todos los miembros de su familia fueron víctimas de múltiples amenazas. “Recibí incontables llamadas en las que me decían que no alborotara el avispero”.
Dice que hubo muchas cosas extrañas. El abogado Olivares Bosque tomó el caso, pero luego falleció. “Todo se estancó, los jueces aplicaban tácticas dilatorias. Fue una situación muy desgastante”.
“Aún me pregunto dónde está el supuesto hombre que acompañaba a mi hijo. Fue una versión que hizo mucho daño. Tratar de manchar su imagen no tiene perdón de Dios. Supongamos que Atahualpa estuviera en compañía de alguien, eso no era motivo para matarlo”.
Siente que el crimen nunca se esclareció, que los policías no recibieron el castigo que merecían y que los intereses que hubo de por medio evitaron encontrar la verdad.
Sostiene que no le guarda rencor a los homicidas, “más bien les tengo lástima porque me imagino que no debe ser fácil vivir con un cargo de conciencia tan enorme. Yo todos los días recuerdo a mi hijo, lo extraño muchísimo”.
15 días antes del asesinato, a Boscán lo llamaron de la Universidad de State Collage en Pensilvania (Estados Unidos) de donde egresó en 1991 summa cun-laude como magister en Administración de Minas.
Allí fue galardonado como el mejor estudiante extranjero en los últimos cien años de la universidad, donde le dieron la oportunidad de quedarse y dar clases.
También le ofrecieron un empleo en una mina de carbón con un sueldo de 5 mil dólares mensuales.
Él optó por regresar a Venezuela en el año 93 para incorporarse a Cavoex donde se destacó como jefe de Proyectos. Tenía planeado retornar a Norteamérica en diciembre de 1994 porque la empresa no estaba en su mejor momento, no obstante la vil acción del policía Beltrán y su combo frenaron la carrera del admirado profesional.
Más artista que ingeniero
Doña Josefina tiene 77 años de edad pero habla con una lucidez envidiable. Se le nota la emoción cuando se refiere a las condiciones artísticas que derrochaba Atahualpa.
A la pregunta de cómo visualiza a su hijo hoy día si no le hubiesen cortado las alas, respira profundo, se queda callada unos segundos y contesta: “Lo veo más músico que ingeniero”.
“Cuando se viene de Estados Unidos lo hace buscando su música, su grupo Ensamble que tenía junto a otros amigos. Poco después de su muerte, la agrupación se desintegró”.
Hace un par de años Yurimia, conducía el espacio Retrato Hablado que se transmitía en la emisora Melao. En un programa especial dedicado a él, hizo una semblanza en la que destaca todas sus facetas.
En el guión, que tituló “Preludio a la eternidad”, menciona que Atahualpa nació el 30 de noviembre de 1961 en el Hospital Central de las Fuerzas Armadas (Caracas), que estudió la primaria en el Colegio Domingo Savio y el bachillerato en el liceo San José (Los Teques).
Aprendió a tocar magistralmente el cuatro y también se destacó con el órgano, la guitarra, la mandolina, el acordeón y el charango.
Formó parte de la Estudiantina del Estado Miranda, donde brilla como mandolinista; no obstante, es su paso por la Estudiantina Sonido Juvenil, a cargo del maestro Moreno, lo que determina su preferencia por el cuatro.
“Cansado del asma, comienza a ejercitarse en el gimnasio Luis Navarro. Mientras entrena y se convierte en un extraordinario gimnasta, exorciza para siempre su enfermedad”, reseña Yurimia.
Durante este tiempo conoce a quien será uno de sus más grandes y entrañables amigos: Armando Aguirre. Los lazos que los unen se fortalecen con los años, pues entre muchas otras cosas, comparten su amor por la música.
Comienza sus estudios de ingeniería en la Universidad Central de Venezuela. Al cabo de tres semestres, obtiene una beca de la Fundación Gran Mariscal de Ayacucho y se va a Estados Unidos.
Se radica en Golden, Colorado, y asiste a la Escuela de Minas de la localidad, donde conoce a los miembros del grupo Amincha, integrado por músicos exiliados chilenos.
Con la agrupación del país austral recorre escenarios en New York, Boston, Los Ángeles, Colorado y muchos otros. En 1984 se gradúa de ingeniero de Minas y regresa a Venezuela. De vuelta, se encuentra con Pedro Andrés Pérez, hermano de vida y un virtuoso de la guitarra. Unen sus talentos y crean Ensamble, tiempo después incorporan otros instrumentos.