Un derroche de simpatía y dulzura caracterizan a la polifacética Mirna Reyes, una mujer de oro que ha demostrado que los límites son parte de las excusas y que cuando algo realmente se desea con el corazón es posible de alcanzar, si se trabaja duro en función de ello. cultora, directora de Coros y pionera de las Terapias Ocupacionales a nivel de trabajo social en nuestra ciudad, son solo algunas de sus virtudes.
“Soy de La Pastora, pero me siento hija adoptiva de la tierra de Guaicaipuro. Tengo cinco hermanos menores que yo, a los que por iniciativa propia debí ayudar a salir adelante junto a mi madre cuando falleció mi padrastro; por esa razón llegué solo hasta el tercer año de bachillerato y comencé a trabajar. Crecí con reglas muy estrictas, mi abuela tenía un carácter fuerte, pero eso no impedía que de alguna manera yo hiciera lo que más me gustaba: cantar”.
Recordó que desde los ocho años de edad se integró a los coros de la iglesia, ya que era el único lugar al que medio la dejaban salir. “Era como un escape para mí y además lo disfrutaba mucho”. Muy cerca del lugar ensayaban los del grupo Los Tucusitos y Mirna se las ingenió para a escondidas, en complicidad con una tía, cantar con ellos; estuvo por poco tiempo porque cuando fue descubierta por su madre y abuela debió abandonar el proyecto.
“Por curiosa e inquieta, también me las arreglé después de aquel lío para practicar danzas y ballet, donde también canté, allí me fue un poco mejor porque tras mucho tiempo de ensayos, presentaciones y aprendizajes, mi mamá acudió al acto final donde recibiría mi diploma y soltó a llorar al ver de lo que yo era capaz, artísticamente hablando. Aún así me dediqué a capacitarme en la escuela técnica comercial donde me inscribí para aprender algún oficio”.
Prosiguió narrando, “como vivía muy cerca del hospital psiquiátrico de Caracas y yo había hecho algún estudio en mecanografía, comencé a hacer suplencias en ese centro de salud a la recepcionista vitalicia del lugar. Allí sin saberlo dejé una huella, porque por mi cuenta decidí cada día regalarle caramelitos a los pacientes, un dulcito para alegrarles el día porque para mí, ellos estaban olvidados por sus seres queridos en ese lugar; trabajé ahí como por año y medio, hasta que me fui a laborar para el Consejo Nacional del Menor, donde conocí muchos casos que me impactaron; hasta que me casé a los 19 años de edad, me vine para Los Teques y me transfirieron para la subregión de salud del estado Miranda como mecanógrafa en el recién instaurado programa de salud mental”.
Pionera al 100%
Aseguró que todos esos empleos enriquecían su mente, corazón e ideas; pues considera que ella es de las personas que quiere lo que los demás por lo general rechazan. En una oportunidad le ofrecieron hacerse parte de unos talleres de terapia para intentar activar en su ambiente natural a los pacientes que estaban dados de alta; se integró y todo lo adquirido en terapia ocupacional allá fue trasladándolo a su labor en nuestra ciudad; fue allí cuando se le ocurrió hacer lo propio pero con los niños que tenían déficit de atención o problemas del lenguaje.
“Hicimos un censo, se implantó una serie de actividades y resultó un éxito, tanto que de ahí surgieron los primeros ensayos con escuelas de padres así como estimulación temprana para embarazadas; eso llevó a que recientemente me enterara de que el primer cargo de terapeuta ocupacional en Miranda había sido desempeñado por mí”.
No obstante, el alcance de esta incansable mujer llegó mucho más allá en otra faceta que estaba algo adormecida, la de cantar. Al poco tiempo de mudarse para la urbanización El Paso, donde lleva 44 años radicada, conoció a un grupo de personas que se dedicaban a hacer gaita, el grupo Los Tupamaros, se acercó a ellos así que entre una cosa y otra se involucró primero como corista y después como solista, allí permaneció por dos años, donde por cierto hizo conocer la primera tamborera en Los Teques.
Innumerables logros
“Tras aquella gran experiencia, por haber quedado en estado debí abandonar esa agrupación, pero como no hay mal que por bien no venga, nació el primer grupo de gaitas femenino de la ciudad, que llamamos Las Supremas, integradas por puras féminas de la subregión de salud, en esa oportunidad nos ganamos un premio en el festival gaitero de Los Teques como grupo revelación del año”.
Después de las múltiples satisfacciones que le dejó hacer vida en el acontecer gaitero, se sumó a la coral que tenían en la escuela de música del maestro Juan Bautista Carreño, a quién calificó de gran amigo y excelente mentor. “No me fui sola, todas las del grupo ingresamos, viví diez años maravillosos fortaleciendo mi guataca, jamás había estudiado música, fui miembro de la Coral Filarmónica del estado Miranda”.
Más adelante fundó la Coral de Voces Blancas Lucerito, que estuvo vigente por 20 años consecutivos, forjando valiosas generaciones y cosechando innumerables reconocimientos a nivel nacional. “Siempre tuve como Norte que no debíamos solo cantar y ya, que debíamos aprender y entender el sentido de cada tema que entonábamos, con ello describir en función de lo que componía al tiempo que las sentíamos y vivíamos con el corazón”.
“Fueron muchas las tomas culturales que hice en mi urbanización, participé también en la escuela de samba de mi gran amigo Omar García, eso de alguna manera motivó a que en 2002 el entones alcalde Salmerón donara para la comunidad una casa de la cultura que lleva por nombre Alí Landaeta”.
“Debo mencionar que he logrado superar tres accidentes cerebro vasculares, el último que fue hace unos diez años llevó a mi jubilación, como no quería quedarme en casa decidí terminar mi bachillerato y más adelante hacer lo propio en la universidad, me gradué hace tres años en la Unefa en Administración de Desastres, con la intención de demostrar que aún con mi condición se podía salir adelante”./lb