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“De no gustarme ni un poquito, la música venezolana pasó a ser mi vida”

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Karines Sabino

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“De niño nunca me gustó la música venezolana, jamás imaginé todas las satisfacciones que me brindaría”. Con esta frase dio inicio a la entrevista el reconocido maestro musical Eduardo Ramírez Castro.

 

Bien dicen que la lengua es el castigo del cuerpo, y que jamás debe decirse “de esa agua no beberé”. Tal parece que todo ello es verdad, porque tras conocer la historia de Eduardo queda por sentado que “lo que es del cura va pa’ la iglesia”.

 

Nacido y criado en la ciudad del clima ideal, es el tercero de cinco hermanos y el único músico de ese linaje. “Mi papá, Luis Santana Ramírez, era un apasionado de la música venezolana y adquiría instrumentos para que sus hijos nos empapáramos de ellos, mis hermanos mayores tocaban cuatro y maracas, junto a un amigo de la familia armaban tertulias que no capturaban del todo mi atención, tal vez porque estaba muy pequeño”.

 

Refirió que el tiempo transcurrió y llegó la etapa de la adolescencia, en la que tampoco llegó a sentir interés alguno por ese género musical. “Yo era más de música moderna, Los Beatles o Los Rolling Stones y cosas así; cuando tenía cerca de 12 años viajé a Londres con mi madre a visitar a uno de mis hermanos y estando allá viví un episodio que le dio un giro de 360 grados a mi vida”.

 

“Sentí un flechazo al escuchar las notas del Alma Llanera interpretadas en tierra extranjera. Para ese entonces se realizaban las elecciones presidenciales en las que ganó Carlos Andrés Pérez; en el noticiero, tras anunciar los resultados, sonó ese tema y se me aguaron los ojos, se me enchinó la piel y me llegó directo al corazón la querencia por nuestra música”.

 

Al volver a Venezuela, experimentó una mudanza nada cómoda para él porque de acuerdo con sus palabras pasaron a vivir del centro de Los Teques a Lagunetica, cuando en esa época era “monte y culebra” con muy poca población. “El cambio tan radical me afectó, pero allí descubrí mi segunda pasión. Conocí a José Rafael Altaona, quien tenía una magia indescriptible para el entrenamiento de los caballos; me encantaba lo que hacía y quedé enganchado, me compenetré con ese mundo y migré a una caballeriza llamada La Troja”.

 

Entre las tantas experiencias que cosechó en esa caballeriza, destacó haber entablado una gran amistad con Gustavo Figarella, con quien compartía su afición por los equinos y desarrolló mayor afinidad por la música. “Cuando lo oí interpretando magistralmente el cuatro, quedé maravillado, me le acerqué para compartir con él y desde entonces, con el paso de los años, nos convertimos en compadres. Recuerdo que en las tarde luego de pasear por los establos solíamos ponernos a tocar, él un arpa y yo lo que había aprendido de mi papá en el cuatro”.

 

Encrucijada de vida

El hoy experimentado y talentoso cuatrista y guitarrista, nos comentó que tras todos esos experimentos, le llegó el momento de tomar una decisión profesional y fue cuando dispuso encaminarse definitivamente por la música. Emprendió sus estudios formales en la Escuela Superior José Ángel Lamas.

 

“De no gustarme ni un poquito la música venezolana, pasó a ser mi vida, vivo de ella y por ella. Parte de esto se lo agradezco también al profesor Carlos Grimán, con quien me inicié en el mundo de las estudiantinas”.

 

Explicó que tuvo la dicha de conocer al profesor Luis Emilio Rondón, con quien creó un interesante vínculo; de su mano pasó a hacer parte de la coral del Ateneo y de Intevep; con toda esa dinámica lograron hacer festivales corales internacionales, de los más importantes que han existido.

 

“Para ese tiempo se realizó un ciclo de conciertos que marcaron referencia en mi vida, aquí estuvo el Orfeón de la UCV, los maestros Freddy Reyna y Alirio Díaz, Lilia Vera y la estudiantina de la UCV, de la cual tuve la fortuna de ser integrante en los años 80. Desde el Ateneo de Los Teques hice una vida cultural muy amplia, dicté talleres de cuatro, guitarra y mandolina”.

 

Huellas de un gigante

“Todos los alumnos que he tenido son hoy día exitosos en su carrera, bien sea musical o de otra índole, con ellos conservo una muy bonita relación. He tenido la dicha de compartir con muchos de ellos en tarima y me enorgullece haber contribuido con su desarrollo, esa es una de mis más grandes satisfacciones”.

 

Tocar mandolina, cuatro y guitarra de la forma en que siempre lo ha hecho le dio forma a la idea de fundar la estudiantina del Ateneo de Los Teques en 1983 y la Orquesta Típica Nacional Francisco de Miranda en 1992. En ese mismo año creó el Sistema Regional de Estudiantinas de Miranda, contrajo matrimonio y se hizo padre de su único retoño, Eduardo Alberto Ramírez Lizardi.

 

“De 21 municipios de nuestro estado, batimos un récord al formar estudiantinas en 19; hubo en esos grupos hasta tres generaciones integradas, era maravilloso porque estaba por ejemplo el abuelo, el papá y el nieto. En 2001 llegamos a participar incluso en el XXXV Festival Internacional de Música de Plectro de La Rioja, España”.

 

Entre la diversa cantidad de actividades que desarolló, llegó a ser por dos períodos consecutivos presidente del Ateneo, lo que le permitió ser parte directiva de la Federación de Ateneos de Venezuela. Más adelante, se dedicó de lleno a la Orquesta Típica y llegó a ser vicepresidente de la misma, a la par que surge el Movimiento Nacional de Orquestas Típicas, donde fungió como presidente.

 

No conforme con ello, este gigante cultural también fue director de Cultura de Los Salias en 2011. Actualmente está retomando algunos proyectos fuera de nuestras fronteras, está ampliando su carrera musical internacional; de hecho, un día después de esta entrevista salía para Alemanía a participar en una serie de conciertos acompañado de su fiel cuatro con la escuela de música Klang In Bewegung Musik Atelier para hacer música venezolana en esas tierras.

“No me voy de Venezuela, amo mi país y por ello difundo nuestra cultura con mi trabajo, pero siempre regreso a mi terruño”./ac

 

 (Alí Guillén) /

*Una exitosa carrera respalda

la trayectoria de Eduardo Ramírez

MARIBEL SÁNCHEZ

 

 

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