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“Donde come uno comen nueve”

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José Blanco es el patriarca de una familia de nueve hijos 

RONALD PEÑARANDA 

José de Jesús Blanco, un humilde hombre de 72 años, jubilado del Fondo de Protección Social de los Depósitos Bancarios (Fogade), donde prestó servicio en el área de seguridad por más de tres décadas, es el patriarca de una numerosa familia.

Junto a su esposa Nubia Esther, procreó nueve hijos. Dina Luz, la mayor tiene 48 años, Jesús Alexander (43), Omir (42), Naika (40), Johnatan, fallecido, hoy día tuviera 39; María Luisa (38), José Luis (37), Vicente (35) y José Jesús (34).

Lo de “Chuchú” como le dicen por cariño sus parientes, y Nubia, fue amor a primera vista, pues al poco tiempo de conocerse se fueron a vivir juntos a la casa de la mamá de él en Caracas.

Se casaron por lo civil en 1981, cuando el tercer hijo estaba recién nacido y formalizaron la relación ante los ojos de Dios en 1995, cuando el menor tenía seis años. Hicieron una boda por todo lo alto, donde los nueve muchachos fueron los pajecitos.

“Al principio decía donde come uno comen dos, después cuando vino esa muchachera la cosa se puso un poco apretada, pero supe enfrentar la situación. Con el transcurrir del tiempo terminé diciendo donde come uno comen nueve”, dice soltando una carcajada.

Le agradece a Dios y al oficio que aprendió por darles las herramientas para construir una familia donde predominan los valores y principios. “Desde joven supe lo que es ganarme la vida trabajando. Empecé en el sector de vigilancia, luego hice varios cursos y logré especializarme, eso me permitió ir escalando posiciones hasta entrar en una gran institución como Fogade”.

Durante un mes él y su pareja vivieron arrimados donde su madre en Los Rosales (Caracas). Allí estuvieron en una camita de un solo puesto. En ese momento aún no habían abierto la “fábrica”.

Necesitaban más privacidad y es allí cuando comienza el periplo por varios lugares. Se mudaron a Yare (Valles del Tuy), en una vivienda que le cedieron para que la cuidaran. Ahí tampoco estuvieron mucho tiempo. Ya con los tres primeros hijos se fueron a donde una hermana de su esposa en Guarenas. 

“En un momento le dije a mi pareja que ya era hora de vivir aparte, entonces nos fuimos a Petare alquilamos una casita, luego nos fuimos para Caricuao ya estaba la familia completa. Vivimos en un ranchito de tabla y por supuesto ya no cabíamos, quería darle calidad de vida a ellos”.

La oportunidad de su vida 

Ante este panorama se atrevió a pedir un préstamo a Fogade para adquirir un apartamento. “Una vez me dijeron, suba a la oficina de Recursos Humanos, la jefa me comunicó: ‘Señor Blanco, le tenemos una mala noticia, hemos analizado su caso y haciendo los cálculos, primero por su sueldo y segundo por ese pocotón de hijos, no podemos darle el crédito porque no va a tener como pagarlo'”.

Eso le cayó como un balde de agua fría, pero enseguida se le prendió el bombillo. “En ese tiempo muchos bancos fueron intervenidos y pasaron a manos de Fogade. Y entonces dije que tenía entendido que esos bancos que estaban  regados en todo el país necesitaban personal de seguridad y yo no tenía inconvenientes de ir de Caracas a otra ciudad que me mandaran, con los viáticos que me iban a dar podía pagar el apartamento. Después de un análisis de parte de ellos aceptaron mi propuesta”.

Está convencido de que en esto Dios puso su mano. Le dieron a escoger entre dos conjuntos residenciales, uno en Baruta y otro en Los Teques. Se decidió por un apartamento en la urbanización Trigo Abajo, residencias Lagunetica. A principios de los 90 arribó a la capital mirandina, donde terminó de criar a sus retoños. “Me vine para acá por eso que llaman clima ideal”.

Tuvo que hacer muchos sacrificios. Le tocó viajar a Barquisimeto, Valera y otras zonas de Venezuela, ya que era la única forma de acumular viáticos para poder cumplir con el préstamo.

“Fue muy fuerte tener que alejarme de ellos por varias temporadas, sin embargo había que hacer el esfuerzo para que no les faltara nada. La comida, su colegio y demás necesidades en la medida de mis posibilidades todo el tiempo fueron cubiertos”. 

Terminó de pagar el crédito, vendió el apartamento en residencias Lagunetica, se compró una casa amplia en La Macarena frente a la escuela Cruz del Valle Rodríguez. Hay dos anexos que son ocupados por dos de sus hijos.

Nadie siguió su legado 

“Chuchú” confiesa que no es un ser amoroso. “Eso no quiere decir que no los quiera. A todos los quiero por igual. A ninguno les puse la mano encima, soy un papa más reflexivo, prefiero sentarme con ellos y darles consejos. No me arrepiento de tenerlos, porque los nueve (seis varones y tres hembras) me salieron muy buenos, todos son profesionales”.

La mayor es abogada, el segundo es TSU en Recursos humanos, el tercero contador público, la cuarta administradora de empresa, la sexta licenciada en Organización de Métodos, el séptimo electricista, el octavo es  egresado de la Esguarnac, el noveno es TSU en Contaduría. El quinto que en paz descanse se desempeñaba en el ámbito de seguridad.

Con jocosidad manifiesta que ninguno de sus descendientes ha continuado con su legado. “La mayoría de mis muchachos tiene uno o dos hijos. El que decía que iba a tener muchos hijos era el menor pero solo tiene una niña”.

La pérdida de uno de ellos

Uno de los momentos más difíciles que ha tenido que enfrentar ocurrió en abril de 2010, cuando uno de sus hijos (el quinto), Jhonatan, se quitó la vida. “Es un dolor que a mí nunca se me va a quitar. Fue una tragedia para todos nosotros. A él siempre lo voy a tener en mi corazón, jamás lo voy a olvidar. En las noches rezo por su alma y para que ilumine al resto de la familia”.

José reconoce que sin el apoyo incondicional de Nubia jamás hubiese podido sacar a flote a su grupo familiar. “Ella todo el tiempo trabajó. Paría, pasaba sus días de reposo y retomaba su empleo en Caracas, viajaba todos los días. Siempre trabajó en tintorerías de lujo, ella se retiró del campo laboral hace tres años. Los dos nos graduamos de economistas sin haber estudiado porque aprendimos a estirar el presupuesto familiar”. (risas). 

Blanco aún sigue trabajando, hoy  presta servicio en una empresa de seguridad en Guarenas. Lo hace porque todavía se siente útil, productivo. “Estoy cuidando un galpón que permanece solo. Tengo unas pesas allá y  en mis ratos libres las alzo para mantenerme en forma. Hay que mantener el cuerpo robusto, saludable”.(risas).

“Ya nosotros terminamos de criar, ahora le digo a mi viejita (su mujer) que es el momento de pasear, de ir a El Junquito, agarrados de la mano y comer chicharrón, pero a ella no le gusta salir de la casa”.

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