24/02/16.- No es sólo que Salvador “Chito” Aguilar haya nacido en Valencia, como José Rafael Pocaterra; no es sólo que al igual que el más famoso de los personajes de los Cuentos Grotescos, haya terminado el pasado 24 de diciembre de 2015 cenando en Los Teques con el Niño Jesús; ni que se nos escabullera a sus 82 años, enamorado en eterna pubertad, de la pequeña y melindrosa ciudad que habitamos y dolemos.
Es que si a ver vamos, Chito fue siempre demasiado mandefuá. En su oralidad y escritura quedó un sello desafiante, contracultural, de resistencia. Leyó piedras y calles, esquinas y bares, pasiones y arrebatos de gente sencilla y transparente. Ejerció su personal acto de rebelión en la compleja lucha por las identidades y la memoria, dedicándose a ponerle rostro a Los Nadie que figuran en su último libro.
¿Pero quiénes son los nadie? Dice Galeano, entre otras cosas, que son “los hijos de nadie, los dueños de nada (…) los ningunos, los ninguneados (…) Que no son aunque sean (…) Que no figuran en la Historia Universal”. Los nadie son el otro, sistemáticamente invisibilizado. Los nadie son, en fin, los Panchito Mandefuá de la era global.
El problema es que esos nadie son dueños de una imaginación inexorable y poderosa en su aparente cotidianidad inofensiva. Es lo que el teórico indio Homi Bhabha califica como “principio prodigioso y viviente del pueblo”. A ese acto palpitante y poderoso de imaginación estamos llamándolo Comuna en Venezuela, Suma Qamaña en Bolivia y Sumak Kawsay en Ecuador.
Tal vez por eso Bhabha afirma que “Los retazos, remiendos y harapos de la vida cotidiana deben convertirse una y otra vez en los signos de una [nueva] cultura nacional”, porque la nación es antes que nada un supremo acto de imaginación de los sujetos sociales.
Entonces, al leer sobre la prodigiosa conspiración para tomar la capital mirandina en pleno contexto de la guerra fría, por parte del comandante Zorrillo y su escuadrón etílico, uno comienza a entender.
Uno le presta atención a las tácticas de los hermanos Yanes (sic) y su radioemisora S.P.O.T. (ESEPEOTE) en la lucha anticolonial por el lenguaje, y comprende con toda claridad la triste epifanía de la palabra camporutions, en “impecable” traducción al inglés.
Uno ve en el libro de Chito el papel subalterno asignado por la sociedad a la mujer a través de Las trotacalles, La loca Victoria o María la recorrida, al tiempo que asiste al registro de su rebelión indómita retratada en Margarita Contreras.
Uno encuentra pues, en el oxímoron de esos “cuentos testimoniales” o “crónicas ficcionadas”, al sujeto diverso, rescatado y visibilizado mediante el autogobierno de la palabra, perpetrada no sin humor, por Chito Aguilar.
Sin embargo “el cronista silvestre de la ciudad” escribe su obra y apenas un mes después de su publicación se arranca para siempre como la niebla, sin dar chance para interrogarlo sobre el botiquín
El Hijo de la Noche, el bar Apolo o el de Pedro Vicente Guevara; o sobre las esquinas de La Cruz, Artahona, Pesquera y otras preguntas sobre la territorialidad de las almas en esta perdida y amada ciudad «archipetaquiremandefuá».
Rúkleman Soto