Periodismo de Soluciones

Dejaron al muerto al ver el automóvil

7ed50d708c6d21ace56209cda4572aa7

Publicidad

Por:
Por:

Karines Sabino

Comparte esta noticia

Jesús María Sánchez.

sanchezjesusmaria@hotmail.com

 

Al bucear en las páginas de tratados escritos por historiadores, geógrafos, antropólogos, sociólogos, ensayistas, viajeros, poetas, cronistas, en la búsqueda de informaciones acerca de la evolución de nuestras comunicaciones, concretamente de los medios de transporte, uno se encuentra, como muy bien lo traza Rafael Valery F., en su ensayo “Los Caminos de Venezuela”, con datos que nos dicen del lento proceso que debió cumplirse en este importante renglón, el cual contribuye al crecimiento económico, social, cultural y político de un país. Se sabe que los aborígenes nuestros fueron trazando sus caminos, conocidos como picas, guiándose por los senderos que utilizaban algunos animales silvestres.

 

Esas vías, las que emplearon las tribus que poblaron el territorio venezolano, serán las mismas que utilizaron los españoles en su proceso de conquista y colonización y las que por largos años, en mejores condiciones, se desplazaron arreos de bestias de cargas y jinetes, los cuales cubrían largas distancias entre pueblos y ciudades. Otros medios de transporte lo constituían, hasta muy entrado el siglo XX, buques, vapores, chalanas, balandras, canoas, trenes.

 

El historiador Ramón J. Velásquez, en una de sus tantas crónicas, señala, entre otras cosas, lo incómodo que constituía hacer la travesía de los Andes al centro del país. Para llegar a ese apartado territorio se debía, partiendo de Caracas, tomar el tren hacia el puerto de La Guaira, donde se tomaba un barco hasta Curazao, luego acercarse a Maracaibo y, empleando otros medios, concluir la jornada en las alturas andinas. Sin ir muy lejos, para llegar a Barlovento, se requería acercarse a La Guaira, subirse a un vapor, entre ellos el Ossún, el cual atracaba en el puerto de Carenero o cruzar más de cien pasos de río partiendo de Petare, pasando por Guarenas, Guatire y Araira.

EL PRIMER AUTOMÓVIL EN LOS TEQUES

Con la llegada de los automóviles, camiones y autobuses, irán quedando atrás los coches halados por caballos, los tranvías, los ferrocarriles, las carretas, las bestias de sillas, los vapores, entre otros transportes de cargas y personas. La aparición de estos modernos vehículos, traerá como consecuencia la apertura de nuevas carreteras y la conservación de las existentes. Por cierto, toda una odisea constituyó llevar al interior del país los primeros automóviles.

De esas complicadas travesías dejó constancia Edgar Anzola, quien trajo a Venezuela, en 1911, el primer carro, de los llamados de tablitas, marca Ford. Edgar Anzola, al lado de ser un excelente vendedor, se destacó como pionero de la radiodifusión y del cinematógrafo, contribuyendo, en el séptimo arte, a la filmación de películas, entre ellas el largo metraje silente “La Dama de las Cayenas”. Este destacado venezolano, también dejó huella en el periodismo, la fotografía y el humorismo. Edgar Anzola será el encargado de llevar hasta Los Teques, cuando la pequeña urbe todavía no era capital del Estado Miranda, el primer automóvil marca Ford. Todo un acontecimiento. La población se lanzó a la calle aclamando al conductor, quien venciendo los obstáculos encontrados en el trayecto, pudo hacer su entrada triunfal. El recorrido lo cumplió en dos horas. Hacia los años 1912 y 1913, relata Guillermo José Schael en su investigación “El Automóvil en Venezuela”, al mejorarse la vía hacia Los Teques, el tráfico se hizo cada día más intenso.

PRIMERAS CHOFERES DE LOS TEQUES.

En el folleto “Cuando Los Teques era pueblo”, trabajo de agradable lectura, escrito por el cronista Luis Enrique Luna, se señala que las primeras damas en obtener el permiso correspondiente para conducir automóviles y poder desplazarse por las estrechas calles del pueblo, fueron Ester y Mercedes Almosny y Rosa Teresa Composano. En las páginas de la obra citada, también se plasma que el primer vehículo automotor, los de tablita, fue adquirido por Juan Gavidia y ya para mediados del siglo XX, señala el maestro Enrique Luna, poseían sus respectivos automóviles Pedro Russo, Moisés Almosny y Josefina Revenga, viuda de José Vicente Gómez, hijo del dictador Juan Vicente Gómez. Para los años señalados por Enrique Luna en su escrito, la gasolina no se adquiría en las pulperías, sino que los choferes surtían sus autos en las estaciones regentadas por Juancho Rivas y Roberto Díaz. La alcabala que controlaba el tráfico por la carretera trasandina se encontraba ubicada en la calle Ribas, frente al teatro Guaicaipuro.

LA URNA QUEDÓ EN MEDIO DE LA CALLE

Muchas son las anécdotas narradas por habitantes, vendedores y cronistas, relacionadas con la llegada de los primeros automóviles a lejanas poblaciones del país. A continuación les dejaré lo que al respecto recogió el músico y periodista F. j. Fránquiz Ruiz, emparentado con el también músico, impresor, escritor y legislador, José María Fránquíz Jiménez, de recordada actuación en Guatire y Caucagua, poblaciones donde fundó imprenta y publicó periódicos y libros. Lo recogido por Fránquiz Ruiz lo divulgó el periódico Barlovento y lo reproduce Guillermo José Schael en su libro ya citado. Allí se lee, entre otras cosas, que para 1915 llegar a Guatire, partiendo de Caucagua, había que cruzar unos cien pasos de río y, para el traslado de mercancías había que valerse de arreos de mulas y burros, bestias empleadas para trasladar el primer automóvil hasta esa población barloventeña. Sobre los lomos de esos nobles animales iban las partes del vehículo marca Ford. La llegada, día domingo, dice el cronista, fue un verdadero acontecimiento. Hubo que esperas varios días para, ya armado el aparato, verlo circular por los alrededores de la plaza principal, llevando en sus asientos al jefe civil, a los promotores y contribuyentes que hicieron posible la adquisición del vehículo. Todos los habitantes, al escuchar el ruido, salieron a las calles a contemplar la extraña cosa que por allí pasaba. En su narración Fránquiz Ruiz, quien fuera integrante de la Tribuna de la Catedral de Caracas y administrador del diario La Religión, recuerda que por los lados del barrio El Placer, llevaban, en hombros de curtidos trabajadores, un entierro, todos marchaban silenciosamente y, al escuchar el ruido y la presencia del automóvil, emprendieron veloz carrera, dejando al difunto en el medio de la calle.

 

 

Noticias relacionadas