El argentino, sublime con un ‘hat trick’, destroza las intenciones del técnico con un City de papel. Neymar completó la goleada

La grandeza no se adivina en su deambular. Durante largas fases de juego, Leo Messi transita como si estuviera dominado por la melancolía. Taciturno. Con los brazos en jarra. Pero siempre atendiendo con la mirada a los acontecimientos de su alrededor. Seguro de dominar la escena con su sola presencia. No tiene el fútbol herramienta alguna para depravar su juego. Los entrenadores, las pizarras, las flechas de colores, los pulmones y los corazones. Qué más da. La teoría no sirve. El físico, mucho menos. Todo se desvanece cuando Messi dice basta. Bien lo sabe Guardiola, penalizado por una defensa de papel y otra vez torturado por un hombre que escapa a su lógica. Y a la de todos. Sus tres goles, unido al de Neymar, sepultaron a un City todavía artificial.

No iba a ser Pep Guardiola quien traicionara sus ideales. Pocos entrenadores se atreverían a presionar al Barcelona en su casa con seis hombres en campo rival. Ganó un futbolista en el centro del campo (Gündogan) y jugó con un falso delantero centro (De Bruyne). Todo para que el Barça no encontrara la manera de salir con limpieza desde la retaguardia. Lo consiguió durante el primer cuarto de hora. Con el gol inaugural de Messi, nada tuvo ya sentido.

Tras una primera intentona de Messi, fue Iniesta, magnífico en su conexión con La Pulga, quien acabó por prolongar la acción. No lo entendió Fernandinho, ridículo en su caída. Tampoco sus compañeros de la retaguardia. Sólo descifró lo ocurrido Messi, al que poco importó que Bravo intentara aguantar el duelo al sol. Acabó el chileno derribado y el argentino no tuvo más que marcar a puerta vacía.