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Perfiles: Brujos detrás de los caudillos

Telmo

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Iniciaré esta nota comunicándoles que detrás de los caudillos militares, jefes de las llamadas guerras intestinas, las mismas que como las langostas asolaron la geografía nacional, se movieron yerbateros, rezanderos, adivinos, sobadores, veteranos en amuletos, menjurjes, entre otros de la misma condición.

En Los Teques se movió a sus anchas uno de esos yerbateros, el tristemente célebre Telmo Romero, a quien el general Joaquín Crespo en su condición de presidente de la nación, le entregó, destituyendo a los versados en medicina, la administración del Hospital de Enajenados de Los Teques, con sede donde hoy se encuentra la descolorida plaza Guaicaipuro y, no conforme con ello también le dio la responsabilidad de orientar los tratamientos de los enfermos que se encontraban en el Lazareto de Caracas, léase, Leprocomio. Entre Telmo Romero, Joaquín Crespo y Misia Jacinta Parejo de Crespo se tendió una línea de entendimiento de primera. No olvidarse que Joaquín Crespo, quien de soldado raso llegó a ocupar la primera magistratura nacional, era hijo de Leandro Crespo, famoso brujo que se movía por los senderos de pueblos y caseríos del estado Guárico, creando, para los tratamientos por él recomendados, la conocida tacamahaca de Ño Leandro. Dentro del escenario de los yerbateros existieron los conocidos como “Dr. Guarapito” y “Dr. Agüita”.

UNA RECETA MACABRA

Telmo Romero, militante a tiempo completo del crespismo, situación que aprovechó para darle rienda suelta a lo que su mente poseía, llegó a publicar un librito, “El bien general”, convertido en un acontecimiento editorial en Caracas, donde plasmaba los métodos para curar todo tipo de enfermedades, tales como la tisis, la sífilis, la locura, la lepra. Sus preparados, donde se encontraban depurativos y reconstituyentes los elaboraba a base de raíces, hojas, tallos, flores, los cuales se vendían en una botica de su propiedad. En el trabajo escrito por Ramón J. Velásquez sobre Joaquín Crespo, en las páginas dedicadas a Telmo Romero, dentro de los datos que nos pintan de cuerpo entero a ese hombre, se lee, entre otras cosas: “Según anota Romero en su recetario, a las hojas, tallos, semillas y raíces de estos vegetales debería mezclarse, de acuerdo con la enfermedad que sufriera el paciente, hiel de culebra cascabel o culebra coral, ojo de zamuro, miel de abejas, colmillo de caimán, cabella de gallo tostada, bosta de vaca negra, cabeza y cola de lagarto negro, piedra de curbinata, alquitrán, manteca de culebra de agua, ojo de buey, ceniza de correa vieja de cincha de caballo, sebo de riñones de cordero, intestino de zorro guache, cuero de manatí, raspadura de cuero de venado, moco de pavo, hiel de caimán, hiel de guardatinaja”.

PIDIÓ QUE AL MORIR LO DEVORARAN LOS ZAMUROS

Entre los acompañantes de caudillos que se desplazaron, durante gran parte del siglo XIX, a través de selvas, ríos, lagos, lagunas, llanos, bosques, serranías, marcharon, no solo los diestros en el manejo de los machetes bien amolados, sino también los adivinos, quienes como Telmo Romero se aplicaban en sus respectivas tareas, como el caso de Tiburcio Pérez, hijo de una india y criado en Caracas en el hogar de Francisco Ustáriz. Al revisar las documentadas páginas del “Diccionario de Historia de Venezuela”, publicado por la Fundación Polar, se indica que el tal Tiburcio Pérez, llegó a conocer las virtudes de algunas hierbas, lo que, al lado de su carácter retraído, le valieron la reputación de brujo. Las informaciones recogidas en el tratado señalado, también indican que el personaje en cuestión, cuando corría el año de 1859, se une a la montonera de Martín Espinoza, por los lados de los llanos de Barinas, donde se ganó el apodo de “adivino”, quien para afianzar su prestigio entre los que seguían a Martín Espinoza, pregonaba que él mantenía contacto con Dios y con todos los santos, portando en todo momento una imagen de la Santísima Trinidad, levantándole un altar en el lugar donde acampaban, obligando a los rudos combatientes a rezar el rosario y a besarle un anillo de hojalata que Tiburcio Pérez llevaba en uno de sus dedos. Tiburcio Pérez, integrante de las fuerzas federalistas, pidió que al morir lo dejaran tendido en medio de una sabana para que los zamuros se lo comieran.

ESPINOZA ODIABA A LOS QUE SABÍAN LEER Y ESCRIBIR

A Martín Espinoza, jefe del “Adivino” Tiburcio Pérez, lo mandó a fusilar Ezequiel Zamora, sentencia que se ejecutó en la plaza de Santa Inés, estado Barinas en septiembre de 1859. Datos que contiene el “Diccionario de Historia de Venezuela” de la Fundación Polar, traza la ferocidad de las actuaciones de este seguidor de la figura de Zamora, donde, al estudiar tan tétricos representantes de las montoneras, uno se entera de los excesos por él cometidos y del odio que mantenía por los que supieran leer y por las personas de color blanco. En sus correrías, al lado de los que lo acompañaban, se caracterizó por saquear pueblos, aldeas y por quemar los archivos que encontrara. Los que se han paseado por tan criminal figura, también reseñan, lo que recoge el diccionario antes mencionado, señalando que el tal Martín Espinosa acostumbraba, obligando al cura local, a casarlo con alguna mujer en cada pueblo donde hacía su entrada. Siempre estuvo acompañado de unos personajes, especie de guardaespaldas, bautizados como Mapanare, Tigre, Caimán, Cascabel, entre otras fieras humanas. Personajes como estos se movieron en el seno de las guerras fratricidas de Venezuela.

 

Jesús María Sánchez. / sanchezjesusmaria@hotmail.com

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