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Perfiles / Expulsado del país por elogiar a un muerto

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A Guzmán Blanco le agradaban los títulos y los uniformes

Durante los años de gobierno de Antonio Guzmán Blanco, conocido con los nombres de septenio, quinquenio y aclamación, a los que se les ocurriera ir contra su forma de gobernar inmediatamente se le cercaba, se le acorralaba, se le impedía realizar sus actividades políticas, sociales, educativas e intelectuales, se le enviaba, así se decía, al “cementerio de los vivos”. Se requería, para alcanzar cierta figuración, constituirse en ficha de la legión de cortesanos, de los adulantes, de los que se cobijaban bajo la carpa de los militantes de la “adoración perpetua”. Era necesario rendirle tributo al caudillo de turno y aprobar todo lo que él decía. El mandatario del momento, hombre de uniforme, polaina y reluciente espada, decidía en todos los asuntos relacionados con la administración pública controlando todo, absolutamente todo, lo cual le permitía hacer jugosos negocios con los dineros públicos. El caudillo no permitía que en sus reuniones brillara otro que no fuera él. Nadie podía contradecirle. Los lame botas, felicitadores y plumarios de la época guzmancista le inventaron una serie de títulos, tales como: “Ilustre Americano”, “Regenerador de la Patria”, “Aclamado de los Pueblos”, “Pacificador de Venezuela”, “Egregio ciudadano civilizador de Carabobo”, “El bienhechor”, “El sol de abril”, entre otros, porque a Antonio Guzmán Blanco eso era lo que le agradaba. Con relación a las estatuas que se hizo elevar, sus seguidores decían que las mismas “fuesen vistas por la posteridad como las efigies del fundador de la República verdadera”. Así lo recoge el historiador Manuel Alfredo Rodríguez en su libro “El capitolio de Caracas”. Los aduladores, al lado de la colocación de monumentos donde su nombre se exaltaba, también bautizaron un estado como “Guzmán Blanco”. Al final de sus días las estatuas fueron derribadas por el pueblo.

Los monumentos del caudillo eran superiores a los de Bolívar

En el documentado trabajo escrito por el historiador Ramón J. Velásquez sobre Joaquín Crespo, en la parte donde retrata a Antonio Guzmán Blanco, señala que los monumentos que le elevaron, se caracterizaban por ser superiores a los que se le habían colocado a Simón Bolívar. En relación a este aspecto del gobierno de Antonio Guzmán Blanco, el diplomático argentino Martín González Merou, citado por Ramón J. Velásquez, relata que puentes, parques, teatros, puertos, paseos, monumentos, llevaban su nombre. El gobierno de este presidente, hijo de Caracas, cifra valiosa de la Guerra Federal, se caracterizó por ser autocrático y personalista. Quiso ser el jefe de la iglesia venezolana, de la universidad, de las academias, del parlamento, de la alta corte, de los periódicos oficiales. Con relación a la iglesia, escribe Ramón J. Velásquez, “el dictador la propuso al Arzobispo de Caracas derribar la Catedral de Caracas y los edificios cercanos que eran también de la iglesia y construir, por cuenta del Estado, una catedral que fuera copia—en menores dimensiones—de la Iglesia de San Pedro en Roma, pero el Vaticano se negó a aceptar la oferta.” Quiso convertir a Caracas en una pequeña París. No olvidar que Guzmán Blanco llegó a gobernar desde la capital francesa.

Expulsado José Martí por escribir sobre Cecilio Acosta

José Martí, héroe cubano, estuvo residenciado en Venezuela como exiliado político, construyó una sólida amistad con Cecilio Acosta, a quien le profesó una profunda admiración por todo lo que encerraba el pensamiento del hijo de San Diego de los Altos. Martí dictó cátedra en los colegios “Santa María” y “Villegas”. La estadía de Martí en Caracas fue de unos seis meses, los cuales empleó para dictar clases, mantener conversaciones con Cecilio Acosta, fundar una revista y escribir artículos para la prensa. Había viajado de Nueva York a Venezuela. José Martí fue expulsado del país, por órdenes directas de Antonio Guzmán Blanco, por lo que escribió sobre Cecilio Acosta a raíz de su muerte en la “Revista Venezolana”. Sobre este capítulo en la vida del ilustre cubano, el escritor y crítico literario Manuel Bermúdez nos dice en su obra “Cecilio Acosta, un signo en el tiempo”, lo siguiente: “Martí no habló en el entierro como esperaban los jóvenes que asistieron para manifestar también su desacuerdo con Guzmán. Pero en el segundo número de su “Revista Venezolana” apareció el estudio más completo que se ha hecho sobre la vida y obra de Cecilio Acosta. Esas páginas escritas por la pluma que hubiera querido Guzmán Blanco tener a su servicio, fueron la causa de que el Apóstol cubano no hubiera podido vivir más que medio año en Venezuela”

Murió un hombre justo

Al escribir su sesudo ensayo, “Elogio de Cecilio Acosta” publicado siete días después del deceso del hijo ilustre del estado Miranda, por José Martí, en la “Revista Venezolana” del 15 de julio de 1881, señala Manuel Alfredo Rodríguez, que el autor del artículo “recibió invitación de Guzmán Blanco y la entrevista terminó con la orden perentoria de salir del país a la mayor brevedad”. El héroe cubano abandona Venezuela vía Nueva York, viaje que cumple, gracias a un préstamo que le facilita el historiador Arístides Rojas. También abandonó el país, el reverendo José León Aguilar, por las palabras que pronunció en el Cementerio General del Sur. José Martí comienza su escrito así: “Ya está hueca, y sin lumbre, aquella cabeza altiva, que fue cuna de de tanta idea grandiosa, y mudo aquellos labios que hablaron lengua tan varonil y tan gallarda; y yerta junto a la pared del ataúd, aquella mano que fue siempre sostén de pluma honrada, sierva de amor y al mal rebelde. Ha muerto un justo: Cecilio Acosta ha muerto”- Al caudillo de turno, soberbio y con su delirio de grandeza que le salía por todos los poros, no le gustó los luminosos conceptos de José Martí sobre el justo Cecilio Acosta y, aplicando su poder, expulsó al héroe americano.

Jesús María Sánchez. Los Teques.17012017

sanchezjesusmaria@hotmail.com

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