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Rihanna, la primera mujer negra en el imperio del lujo

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Karines Sabino

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Hay una mujer que está llamada a cambiar las reglas del juego en la industria de la moda. Y no es una diseñadora. Se trata de Rihanna, la cantante de Barbados: la intérprete de éxitos pop como Umbrella (2007) o Diamonds (2012); la estrella, que, con solo 31 años, ha vendido más de 280 millones de discos, superando a divas como Celine Dion o Mariah Carey. Y que grabó su último trabajo, Anti, hace tres años. Desde entonces, se ha centrado en Fenty, la firma de cosmética, moda y ropa interior que ha bautizado con su apellido, y que ha triunfado donde otras enseñas de cantantes igual o más famosas que ella fracasaron. Ahí están los nefastos experimentos de firmas como JLo, de Jennifer López, o House of Dereon, fundada por la omnipresente Beyoncé, que ha querido resarcirse ahora con Ivy Park, esta vez apoyada por el gigante deportivo Adidas.

Como en su carrera musical, no se espera demasiado de ella, pero ha terminado sorprendiendo a todos. En dos industrias –la de la moda y lo musical– cada vez más prefabricadas, su actitud deslenguada, rebelde y contradictoria han terminado por convertirla –sin una estrategia intelectualizada detrás y de forma totalmente inesperada– en una figura única, capaz de subvertir las normas establecidas y de seducir al establishment al mismo tiempo.

La historia de Fenty –y de la propia Rihanna– dio un giro inesperado y sideral el pasado viernes cuando LVMH, el conglomerado de empresas de lujo más grande del mundo, anunció no solo que había comprado la marca, sino que los primeros productos fabricados bajo su paraguas estaban a punto de llegar a las tiendas. Lo que, en principio, parece una inversión poco llamativa –un holding que amplía su cartera con una adquisición mediática– esconde unas connotaciones que amenazan con sacudir los cimientos de este elitista sector. 

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