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“Hay que aprender a vivir con el corazón partío”

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Periodistas de Avance

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Ángela lamenta que la tecnología sustituya los besos y abrazos

RONALD PEÑARANDA

“Pierdes el día a día, los detalles del compartir y permiten atesorar y guardar risas, buenos momentos, el apoyo mutuo”, esto es lo que responde Ángela Estaba Chinea, cuando se le pregunta qué es lo más difícil de vivir a miles de kilómetros de distancia de sus tres hijos Eduard, Adriana y Mariana, quienes decidieron salir de Venezuela en busca de mejores oportunidades laborales.

Con tristeza y quizás con resignación cuenta el proceso de migración de cada uno de ellos. En 2017, Eduard el mayor, se mudó cerca de su casa en Carrizal, meses después se fue del país. “Él no se despidió de nadie, nos enteramos por unas fotos cuando ya estaba en Lima (Perú). Más allá de las razones válidas o no, nunca le gustaron las despedidas”.

Ese mismo año, la sorprendió Marina, la menor. Le comunicó una tarde al llegar de su trabajo que se iría en unos 15 días. Recuerda que respiró profundo y le preguntó cómo iba el proceso. Ir a despedirla al Terminal de Los Lagos (Los Teques) fue muy abrumador. Ella viajó a Colombia y siguió a Quito (Ecuador). Pasó por Perú, Chile y actualmente está en España.

En noviembre de 2018, le tocó el turno a Adriana. Le correspondió despedirla en el aeropuerto antes de volar a Barcelona (España). “A partir de ese momento me quedé en casa con Flora y Princesa (sus dos perritas)  las reinas del hogar, unos seres de luz extraordinarios”.

Confiesa que toda la vida estuvo preparándose para los momentos que les ha tocado enfrentar, “porque nunca los crié con el criterio de que se quedaran en casa haciendo su vida conmigo y sus parejas. Lo que nunca pude imaginar como la mayoría de las familias que pasamos por esto, es que se irían tan lejos”.

“Ellos siempre hablaban de la posibilidad de salir del país. Incluso recuerdo que Adriana siendo muy jovencita como de 12 años me decía: ´mami por qué no nos vamos España y comenzamos de nuevo. Siempre lo tuvo en su mente en su corazón”.

Muchas veces le pega la soledad, sobre todo los fines de semana, cuando está en casa, lejos de la rutina de su trabajo. “El escuchar algunas canciones que eran como un himno nacional como Amor y Control de Rubén Blades, es muy fuerte para mi”.

Un eterno peregrinar

Cierra sus ojos y piensa como sería si sus tres retoños vivieran en Venezuela, cerca de ella. “Me los imagino evolucionado y alcanzando metas con visitas de fin de semana, o almuerzos los domingos. Encuentros para ir de compras, planificar para salir a compartir”.

Pero luego aterriza  y choca de frente con el desarraigo repentino, “la tecnología sustituyendo abrazos y besos. Entrar en un túnel en penumbra del cual no teníamos idea. Es ver la vida pasar y entender que unas almas con muy mala vibra te arrancan los momentos más hermosos, pero como decir no te vayas, quédate”.

“Cuando ya no se está a gusto, no se encuentran posibilidades, entiendes entonces que debes aprender a vivir con el corazón partío como diría Alejandro Sanz. La vida se vuelve un eterno peregrinar entre tu propia vida y el pensamiento, entre el deber ser y lo que hay, en serenar el espíritu y abonar todo el amor y la buena fe para que del otro lado del mundo todo esté bien. Es vivir el día a día en un solo cuerpo desdoblando el espíritu en tres, es el corazón repartido por el mundo”.

El feliz matrimonio con su profesión

Pero Angela no pierde la esperanza de tener a su lado a Eduard, Adriana y Mariana. El reencuentro siempre está en su mente. “Pero con honestidad con las condiciones en las que estamos en Venezuela no creo factible que regresen a establecerse, posiblemente de visita sí, como acaba de hacer mi hija Adriana pero nada más. Pienso que pasarán muchos años para que alguno de ellos regrese a vivir, realmente pienso que no va a suceder porque ya están adaptados a otro sistema donde la vida fluye de otra forma”.

Esta licenciada en Fisioterapia y se refugia en su profesión, en  los pacientes que atiende día en día en la Sala de Rehabilitación Integral del Padre Cabrera, para sobrellevar la separación forzosa de sus hijos en los últimos seis años.

“El mundo de la rehabilitación es para mi un espacio fascinante que da la posibilidad de que la persona retome su vida, vuelva a ser la misma. Es la renovación constante de energía y volver sobre los libros sobre los conocimientos y entender que el cuerpo humano es la máquina más maravillosa, nuestro templo sagrado, la integración de cuerpo y mente que da la oportunidad de seguir adelante entendiendo que el límite es el cielo”, con esta afirmación deja más que claro que nació para lo que hoy día hace.

Y por si hay alguna duda suelta: “Tengo 27 años de feliz matrimonio con mi profesión. Esto me ha  permitido salir adelante con mis tres hijos, pues me divorcié cuando la menor tenía cuatro años ya hoy día ella tiene 24 años”.

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