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Juan Carlos Barry extraña la diversión

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Aunque la carga genética estaba ahí, fue un golpe de suerte el que colocó al comediante en la pequeña pantalla venezolana. Se hizo parte de una generación de relevo que tenía ante sí un gran reto: incrementar el legado de los primeros rocheleros

Aunque la carga genética estaba ahí, fue un golpe de suerte el que colocó a Juan Carlos Barry en la pequeña pantalla venezolana. Pero, además, lo hizo parte de una generación de relevo que tenía ante sí un gran reto: incrementar el legado de los primeros rocheleros en la habitual cita con el humor de los lunes por la noche.

A 26 años de iniciado el recorrido, hay mucho de satisfacción y también de nostalgia. El crío de Charles Barry logró hacerse un nombre propio, teñido de respeto y admiración, con infinidad de personajes que han ocupado la televisión y las tablas. Como si esto fuera poco, los afectos se han incrementado en el medio, dotándolo, incluso, del compadrazgo de Carlos Rodríguez e Ivette Domínguez, padrinos de su hija.

-¿Qué recuerdas de tus comienzos?

-Jamás imaginé trabajar en televisión. Vivía en Estados Unidos con mi mamá y un día decidí regresar para trabajar como recepcionista en el Hotel Caracas Hilton. Un jueves, que era mi día libre, aproveché para visitar a mi papá en RCTV, porque ese día se grababa La Rochela. Coincidió con que faltó un actor y el productor Carlos Cerutti le preguntó a mi papá si yo podía hacer la segunda. Empezaron a llamarme todos los jueves, pero para mí era duro, porque el trabajo en el hotel era muy absorbente y no quería dedicar mi día libre a seguir trabajando, aunque me divertía mucho al compartir con ese poco de monstruos como Emilio Lovera, Laureano Márquez, César Granados… Y mi papá me convenció, diciéndome que aceptara, porque así lo visitaba y me ganaba un dinero extra.

-¿En qué momento dejaste el trabajo en el hotel?

-Cuando se produjo la migración de rocheleros. Venevisión contrató a Cerutti para hacer Cheverísimo y él se llevó a Gioconda Pérez, Ivette Domínguez, Américo Navarro, Honorio Torrealba, Jorge Tuero, entre otros, entonces se corrió la voz en RCTV de que también me querían y fue cuando el gerente de Producción, Hugo Carregal, empezó a mover las teclas para contratar al elenco flotante. Yo ganaba 13.700 bolívares de los de antes ¡y me ofrecieron 66.000! Una vez que me hicieron los exámenes físicos y firmé, pensé que no iba a esclavizarme, porque el trabajo en el hotel era de lunes a lunes, 14 ó 16 horas diarias y ahora el compromiso con el canal era diferente. Ahí comenzó mi aprendizaje, con mi papá que fue mi gran mentor y me ayudó muchísimo con trucos para construir los personajes, como que me parara frente al espejo y probara gestos, muecas, pelucas…

-¿Te ayudó ser el hijo de Charles Barry?

-No puedo negar que mi papá me ayudó mucho, pero siempre digo que Dios me puso ahí. Yo era el payaso de mi familia, el chamo que en el liceo llamaban para que contara los chistes, pero sucedió como Dios quiso, por eso le agradezco a él y a mi papá, porque me dio los consejos, pero no porque me metió. Yo aproveché la oportunidad, el golpe de suerte, conté con el apoyo moral y profesional de mi papá, aunque durante un buen tiempo me identificaban como “el hijo de…” y cuesta hacerse notar por lo poco que uno ha aprendido, porque todavía hoy digo que en este medio el aprendizaje es permanente.

-El Machazo es un personaje muy icónico, pero ¿hay alguno al que le agradezcas especialmente?

-A cada uno de mis personajes le di un toque de personalidad, eso es algo que la gente me aplaude, porque hay muchos actores cómicos lineales y yo he luchado porque sean lo menos parecidos unos a otros. Siempre digo que no soy imitador, me gusta crear personajes, vestirlos, desvestirlos, ponerles un bigote, una cartera, lo que necesiten. Y creo que ése ha sido un punto de éxito de mi carrera. El Machazo, sin duda, es un personaje que todos recuerdan, pero el de Los Papeados fue muy importante, porque fue el primero que me dieron y que construí. Después vinieron Los Jordan, Los Vampiros… son muchos.

-Por lo que dices, pareciera que has tenido mucha libertad para crear, ¿es así o has seguido lineamientos de los libretistas?

-Ha sido una combinación, porque realizábamos tormentas creativas, surgía una idea, hacíamos una prueba y medíamos el personaje que en aquella época se hacía con la reacción del público. Si funcionaba, se mantenía.

-¿Qué características debe tener un humorista?

-Tener sentido de la fijación, crear, ver, escuchar, inventar… En La Rochela decíamos que el personaje siempre va a estar en la calle, pero hay que tener el olfato para detectar a ese personaje incógnito y después ponerle el toque personal.

-¿Qué extrañas de La Rochela?

-¡Todo, absolutamente todo! Desde las grabaciones del Miss Chocozuela que empezábamos los viernes en la tarde y terminábamos los lunes al mediodía, reventados después de 72 horas continuas de trabajo, aunque felices; hasta las parodias de las telenovelas, las parodias políticas. Extraño la diversión. La pasábamos tan bien que era una gran emoción cuando me llamaban para decirme que tenía pauta, porque sabía que iba a divertirme.

Otra pasión

Aunque durante un año se mantuvo en el circuito FM Center con su propio programa de radio, en este momento, el actor se encuentra alejado del medio. Estudia dos propuestas.

-¿Qué le aporta la radio a tu carrera?

-La radio, a pesar de que está limitada, te nutre, te pone en contacto con el público en caliente, a través de las llamadas telefónicas, para pedirte un tema o para participar por un obsequio. Se produce un contacto más cercano que en el mismo teatro. Soy un apasionado de la radio, porque es mágica, me nutre el alma.

-¿El humor es una actividad seria?

-Sí, definitivamente. Y en esta época más. La responsabilidad es muy grande, porque estamos en un momento álgido y yo trato de no ofender a nadie. En mis shows, procuro no hablar de política y, si lo hago, le tiro a los dos bandos para evitar el conflicto.

-¿Cuál es la peor enfermedad que puede padecer un humorista?

-Quedarse en su casa sin trabajo. Creo que es la muerte más lenta que puede tener un ser humano. Yo moriría de tristeza.

El lado turco

Juan Carlos Barry es un gran aficionado al béisbol. Asiste con regularidad al estadio y colecciona tanto pelotas como bates firmados por los jugadores. Además, cultiva amistades en ese ámbito, entre las que destacan las de Marcano Trillo y Luis Sojo. Su corazón late al ritmo de los Navegantes del Magallanes.

-¿Cómo comenzó tu afición por el Magallanes?

-Ese es un buen cuento. Mi mamá y mi papá formaban una pareja extraordinaria, peeero… ella era caraquista y él magallanero. Recuerdo que cuando era pequeño, mi mamá me compraba los uniformes del Caracas, los guantes y yo decía que era caraquista. Ellos se la llevaban muy bien, pero cuando iban al estadio, mi mamá se iba con la barra del Caracas junto a un grupo de amigas y mi papá al lado del Magallanes. Un día me fui con mi papá y David Parker metió un foul por la línea de tercera. La pelota venía directo a mí y quien metió la mano fue mi papá. La mano se le puso gigantesca. Cuando terminó el partido, me dijo: ‘Vamos a los vestidores’. Por ser una figura pública, lo dejaron pasar. Habló con el mánager para que firmaran la pelota y cuando vi ese negro como de dos metros, esa cosa inmensa, que firmó la pelota, quedé muy impresionado. A partir de ese momento, me hice magallanero. La rabia de mi mamá fue increíble, le dijo a mi papá que me había lavado el cerebro./ecg

Por: Orlando Suárez/orsuarez7@hotmail.com

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