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La felicidad de la doctora Morelia está en el bienestar de los niños

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Periodistas de Avance

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Es una bella versión del doctor José Gregorio Hernández

“Soy feliz trabajando con los niños y para ellos”. Esta fue una de las frases más cautivadoras de la encantadora doctora Morelia Moros de Morillo, una de las pediatras más emblemáticas de la ciudad de Los Teques, nacida y criada en esta hermosa tierra que alberga una increíble cantidad de sorprendentes y nobles personajes.

La maravillosa labor que ha emprendido radica en brindar bienestar a los más pequeños de la casa y en especial a los de menor posibilidad económica, quienes han infundido en ella un enorme sentido de solidaridad social y afecto.

Estudió en la Sifontes, luego en el María Auxiliadora y más adelante en el liceo Miranda. “Al terminar mi ciclo básico tuve que irme hasta Caracas al liceo Andrés Bello, porque para esa época acá no graduaban bachilleres”.

Refirió que el primer año de Medicina lo cursó junto a dos de sus hermanos en Mérida, ya que en ese entonces la UCV había sido cerrada por el gobierno de Pérez Jiménez. Algún tiempo después regresaron a la capital para finalmente obtener sus títulos como médicos en esa casa de estudios.

Muchos niños han crecido afortunadamente sanos de la mano de esta gran dama, generación tras generación han confiado en su trabajo y le han profesado un enorme cariño que se traduce en la satisfacción más grande que ha recibido. “Caminar por las calles de mi querida ciudad y que la gente se me acerque y me salude con cariño es algo maravilloso para mí, una bendición”.

Su trayectoria ha sido tan impecable, que a la par de su consultorio privado trabajaba en el IVSS Doctor Germán Quintero, donde prestó sus servicios por espacio de 30 años; en la Casa Cuna Consuelo Marturet, donde ya suma 54 años de labores; y en el dispensario interparroquial de la Sociedad Benéfica Hijos de la Unión, donde cuenta con 50 años de trabajo ininterrumpido.

Legado en ascenso

Al consultarle el motivo de haberse inclinado por esa especialidad, aseguró que lo hizo por el amor que siente hacia los niños, y no encontró mejor manera de manifestarles su afecto que brindándoles salud.

“Mi papá era médico y desde que tuve 14 años, le acompañaba a hacer visitas domiciliarias a sus pacientes, allí me fui enamorando de lo que él hacía y yo quería imitarlo, pero con los niños”.

Manifestó que no fue la única que siguió esos pasos. “Mi hermano Eulogio fue un gran cirujano, fundador director del Hospital Policlínico; Carlos Alberto, un excelente internista que fungió como rector de la Central, y yo que elegí la pediatría continuamos el legado que nos dejó nuestro padre Teófilo Moros”.

Una vez culminados sus estudios, comenzó a trabajar en el Policlínico, pero fue por poco tiempo porque contrajo nupcias en 1958 con el abogado Néstor Luis Morillo, con quien procreó nueve hijos, uno de los cuales heredó la vena médica que traía la familia y que a su vez se transmitió hasta los nietos, perpetuando el legado de don Teófilo.

Heroína anónima

Hay médicos que se quedan en la mente y el corazón de la gente; este el caso de la doctora Moros. Más allá de su personalidad dulce y apacible, aguarda un alma noble que con su importante profesión ha contribuido con una labor solidaria, tendiendo su mano a los desposeídos.

“A mis consultas en la Casa Cuna y en el dispensario acuden madres muy humildes, con la esperanza de conseguir alivio a las enfermedades de sus pequeños. Yo les recibo siempre con la mejor disposición porque me nace, porque para ellos estamos y porque eso me hace feliz”.

Desde hace cuatro años trabaja ad honorem, y afirma que lo hace con el mayor de los gustos porque para ella el mejor pago es poder ayudar a la gente que no tiene recursos.

En el consultorio que tiene en la calle Guaicaipuro, atiende lunes, miércoles y viernes por tan solo una pequeña contribución de 300 bolívares para sufragar gastos de medicina de los niños que viven en pobreza extrema, o incluso para costear el traslado de algún paciente de emergencia a un centro de salud.

Añoranzas

“Yo siempre he querido mucho a Los Teques, pero su cambio es enorme. Ha venido mucha gente de afuera, sobre todo después del deslave en Vargas, y ese crecimiento de la población nos ha hecho perder nuestra condición de pueblo”.

Rememoró aquellas retretas en la plaza Bolívar, en la que la Banda del Estado Miranda deleitaba a los lugareños con sus interpretaciones. “Las pavas de esa época paseábamos en grupo desde la esquina El Dato hasta Las Cuatro Esquinas, los varones se paraban en la plaza a ‘echarnos flores’ y pretendernos de una forma muy caballerosa y simpática, eso era algo hermoso”.

Con un deslumbrante brillo en su mirada, relató que cuando se hacían las misas de aguinaldo, iban a la catedral a las 5:00 am. Al culminar la ceremonia, las muchachas caminaban desde allí hasta Los Alpes comiendo arepitas dulces y chocolate. “Los que pudimos disfrutar de esa época de oro añoramos a esa ciudad de antier”.

Un Los Teques saludable

Con respecto a su expectativa de aquella ciudad a la que muchos llegaban para temperar su salud, explicó que eso también ha cambiado significativamente.

“Antes los niños podían ser más sanos gracias al agradable clima y hábitat que predominaba en Los Teques, la vegetación era maravillosa. Hoy día la contaminación los somete a una gran cantidad de agentes dañinos que quebrantan su salud con mucha frecuencia, así como también el gran volumen de personas que hacen vida aquí”.

Señaló que para nadie es un secreto que para acá venían de muchos lugares del país a curar enfermedades respiratorias, incluso su padre llegó desde Táchira a estas tierras con esa intención y aquí se quedó como muchos otros. “El frío de esta zona era muy sano”./Maribel Sánchez/ac/Foto: Jesús Chacón/

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