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Zapatos de cuero de cochino

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Periodistas de Avance

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En mis días de muchacho, entre patios para secar café, pesebres para mulas, vacas y bueyes,  en una casa donde no faltaban  señoras que , utilizando un viejo pilón, se dedicaban a pilar maíz y café, cuando se oía la palabra calzado inmediatamente  la asociaba con alpargata, pantufla, babucha, zapatos y chinelas.

Las alpargatas se fabricaban  a base de pabilo tejido, conocido con el nombre de capellada, que se adhería a  un trozo de suela, en cambio los zapatos, para mi época, los más conocidos eran los de cuero y goma.

Las alpargatas se tenían como el calzado predilecto de los campesinos, vegueros, arrieros, mientras que los de cierta posición  económica usaban polainas,  botas, zapatos.

No faltaban los que caminaban y trabajaban con los pies descalzos. Días que, por no llevar los pies cubiertos, la anquilostomiasis jugaba garrote.

En todos los pueblos y pequeñas ciudades se encontraban fábricas de alpargatas y talleres de zapaterías.

Los zapatos, para damas y caballeros, se adquirían en las tiendas, la mayoría regentadas por conocidos turcos, quienes le fiaban a sus marchantes, cobrándoles semanalmente parte de la deuda.

Entre turcos y marchantes

Se dice que los primeros buhoneros existentes en nuestro país provenían de Israel, Palestina, Siria, Líbano, entre otras regiones del Medio Oriente, quienes utilizando pasaportes otorgados por Turquía se desplazaron a América, motivo por el cual a todos, sin excepción, se les conocía como turcos.

En Caracas, Chacao, Petare, Guarenas, Guatire, Caucagua, Higuerote, Río Chico, San José de Barlovento, Los Teques, entre otras comunidades nacionales, se recuerdan apellidos  procedentes de las regiones ya mencionadas, quienes levantaron a sus familias, formando  prósperas tiendas.

Por cierto,  mi abuela y sus hijas, siempre hablaba de un comerciante que vendía de casa en casa, cobrando todos los fines de semana, como todos los turcos, cómodas cuotas, identificado  como “Turco negro”.

Nunca supe el nombre del vendedor en cuestión. Lo  cierto es que el personaje gozó de una gran popularidad por los lados de Guatire, Caucagua, Araira.

Es necesario aclararle, esto para las nuevas generaciones, que la palabra marchante significa, dentro del habla popular del venezolano, cliente de un vendedor ambulante o de casa establecida.

Al lado de los marchantes está la marchantía, que son aquellas personas que viven cerca de los establecimientos donde realizan sus compras.

No olvidar la popular marchantica, ese vehículo que, con su tradicional musiquita lleva helados de distintos sabores.  Los turcos vendían fiao, palabra prácticamente desplazada del léxico nacional. Ahora todo se adquiere, cuando hay, a brinco rabioso.

Era costumbre ver en las pulperías, estratégicamente bien colocados, unos cartelitos que decían: “Hoy no fío, mañana sí”, “el que fiaba se murió”.

 

Sus inicios

En las tiendas a las que asistía acompañando a mi progenitora  nunca vi en exhibición  zapatos elaborados a base de cuero de cochino.

Lo que si sabía era que del cuero de los puercos se sacaban  chicharrones, con o sin pelo,  pero zapatos, nunca.

En los años que llevo encima, no he visto ni me he puesto zapatos de cuero de marranos, por lo tanto no sé qué tipo de betún se le coloca para sacarles brillo.

Lo que  sé es que existen distintos tipos de cuero. Los hay de venado, de chivo, de toro, de tigre, de caimán, de culebra,  entre otros, los cuales sirven para confeccionar instrumentos musicales, para fabricar sillas, para hacer hamacas y calzados.

Los zapatos, elaborados con cuero de marranos, están señalados en los inicios de la creación del Liceo San José en Caracas, el cual tuvo sus respectivas sedes en las esquinas caraqueñas de Gorda a Mercaderes, luego de Coliseo a Corazón de Jesús y, finalmente de Madrices a Ibarra, para luego trasladarse a Los Teques en 1912, referencia que se hace en una crónica escrita por el bien documentado escritor José García de la Concha, aparecida en su obra “Reminiscencias”, consultada por quien escribe en la Biblioteca Nacional, antes y después de haber laborado en esa histórica institución, cuando mantenía su sede entre Bolsa y San Francisco.

El ensayista arriba indicado, al recordar sus inicios en el Liceo San José, cuando se encontraba entre Gorda y Mercaderes, señala que allí se dieron cita estudiantes de hijos de altos funcionarios públicos, el de la lavandera, el negrito de Sarría, los que llevaban zapatos de charol, alpargatas o zapatos de cuero de cochino con punteras de cobre.

García de la Concha también dice que en los bancos del colegio, fundado por José de Jesús Arocha, se sentaban los chicos que se peinaban con cosméticos, los que lo hacían con jabón de las llaves, los olorosos a agua de colonia y los que olían a sancocho frío.

Todos eran tratados con las mismas consideraciones, no existía preferencia por parte del fundador y el cuerpo de educadores.

Nunca vistos

Un amigo, cuando le pregunté si él había conocido los zapatos de cuero de cochino, se sorprendió por la pregunta, respondiendo que los había visto de cuero de caimán y de culebra,  que del cuero de los cochinos solo había saboreado los chicharrones y las arepas repletas de chicharronada y las cuerizas que había recibido en su juventud, por lo tanto cuereado muchas  veces.

Este escribidor no olvida el cuerito, especie de mandador que empleaba un arreador de pavos de nombre Pedro “El cochinero” González, a través de los caminos rurales de la población de Araira, antigua Colonia Bolívar, del Municipio Zamora (Guatire). Este señor, al lado de comprar pavos,  negociaba gallinas, huevos, cochinos, burros, mulas.

El sonido que producía el pequeño látigo solo lo escuchaban los pavos, los cuales marchaban en perfecta formación.

Ya para cerrar, mostrando mis cuidados zapatos de cuero de marrano,  visitaré, por los lados de “El Vigía” en Los Teques, al amigo  José Medina”, mejor conocido como “Pelo e cochino”, excelente intérprete de la tumbadora./no

 

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