Golden State ha ganado los primeros dos encuentros de la final y estableció una diferencia de 20.5 puntos, pero eso significa poco para el entrenador Steve Kerr, que tiene fresca la memoria y recuerda como Cleveland le quitó de las manos el título en 2016.
“Está bien, este es un gran arranque, pero no significa nada a menos que nosotros podamos finalizar el trabajo”, dijo el estratega a los reporteros en las prácticas del martes.
La declaración es un llamado para que sus jugadores no vean hacia atrás y se concentren en el desafío de esta noche, que es de suma importancia para alejar al fantasma que los arropó el año pasado.
Con victorias de 113-91 y 132-113, en las filas de los Warriors hay motivos para pensar en ganar su segunda corona en tres años. Uno de los factores que anima a los del oeste es la velocidad y la efectividad ofensiva que han ganado con la llegada de Kevin Durant, el mejor hombre en el ataque en las primeras dos fechas.
“Créanme, lo sabemos. El año pasado estábamos 2-0 y perdimos”, dijo Kerr, quien ni siquiera se confía del récord perfecto que tiene su equipo en la postemporada (14-0).
Cleveland aún no ha explotado. LeBron James se ha desplegado como un monstruo, pero su acción ha quedado aislada ante el limitado empuje de hombres que estaban llamados a aportar, como J.R. Smith e Iman Shumper, además de Deron Williams y Kyle Korver.
En el máximo nivel (el baloncesto de la NBA no tiene comparación desde mi punto de vista), un ajuste podría pasar el switch para que los Cavaliers recuperen la contundencia que les permitió caminar las primeras tres etapas de la postemporada con registro de 12-1.
“Aquello (los juegos en el Oracle Arena) no fue lo nuestro. Nosotros no practicamos el juego ralentizado”, comentó LeBron. “Llegamos a este punto a nuestro ritmo. Hemos ganado muchos partidos así y no vamos a cambiar”.